Image: El secreto del orfebre

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Novela

El secreto del orfebre

Elia Barceló

12 junio, 2003 02:00

Elia Barceló. Foto: Lengua de Trapo

Lengua de Trapo. Madrid, 2003. 93 páginas, 10 euros

La novedad más atractiva de esta novela corta de Elia Barceló (Elda -Alicante-, 1957) es la naturalidad con que lo fantástico se inscribe en el cuadro de acciones "realistas" que forman la historia narrada.

Todo es, si nos dejamos llevar por el planteamiento de la autora, aparentemente tradicional, y el lector tiene la impresión de asistir en las primeras páginas a un comienzo repetido una y otra vez en docenas de relatos literarios: el narrador, que abandonó su pueblo natal un cuarto de siglo antes, vuelve a él intentando recobrar sus recuerdos. Este arranque constituye, en efecto, un esquema narrativo frecuentísimo, que suele dar paso a motivos como el paso del tiempo o la nostalgia de las ilusiones perdidas. También aquí parece anunciarse la posibilidad de que el relato se encamine por los derroteros ya previsibles de este modelo, cuando el narrador anota: "Hacía casi veinticinco años que me había marchado [...] dejando atrás todo lo que había sido mi vida hasta entonces, dejando atrás la escuela, los amigos, los bailes, los paseos. Dejando atrás a Celia" (pág. 9). El lector intuye, porque las informaciones y las sugerencias apuntan en esa dirección, que el único personaje nombrado es el centro de una antigua historia sentimental, y que el reencuentro constituirá un componente seguro de la historia. El quiebro inesperado, la ruptura del desarrollo previsible se produce poco después, cuando las fichas de los huéspedes del hotel despiertan la sospecha de que el narrador ha entrado en un ámbito temporal distinto del suyo. El entrecruzamiento de tiempos diferentes que se mezclan y se invierten, la fractura de la linealidad temporal en beneficio de la simultaneidad, nos introduce de lleno en el territorio de la literatura fantástica, que en las últimas décadas ha despertado el interés de muchos estudiosos. El hecho de que todo suceda, además, en medio de una aparente normalidad, hace pensar en algunos relatos de Cortázar ("La noche boca arriba", "Casa tomada"...), que Elia Barceló demuestra conocer bien, aunque posee la suficiente personalidad para haberse independizado de aquel estímulo.

Pero lo decisivo no es esto, ni tampoco la incorporación de otros motivos de la moderna mitología de estirpe cinematográfica, como la cita de los enamorados en el Empire State, sino la función que el marco narrativo y el recurso a ciertos procedimientos como la anulación de las fronteras temporales desempeñan en la historia. En este punto es donde se puede calibrar la originalidad de la escritora. Las distintas "épocas" de Celia, a la que vemos como adolescente y en su madurez desengañada, su relación truncada y temporalmente invertida con un narrador maduro y luego juvenil, la inserción de éste en diferentes estratos de su vida pasada, como si la fuerza del recuerdo pudiera rescatar el tiempo perdido, ponerlo en pie y materializarlo, todo lo que configura el entramado fantástico del relato, en fin, contribuye a sostener el motivo del amor como una aspiración permanente pero inalcanzable, o, si se prefiere, como un bien perecedero, condenado irremisiblemente a la frustración.

Hay que reconocer a la autora su empeño en salir de los caminos trillados, y también su resultado nada desdeñable, aunque tal vez el mantenimiento adecuado de esta ambiciosa fábula hubiera requerido un relato más desnudo y escueto, menos salpicado de explicaciones innecesarias, de muletas ofrecidas al lector para efectuar su recorrido sin riesgo. Un punto más de enigma habría sido conveniente.

La escritura es pulcra, con leves deslices ingenuos, como "escribo [...] con mi menuda letra de orfebre" (pág. 7) -cuyas características resultaría difícil precisar- o "recuerdo que recordé entonces..." (pág. 10), más alguna generalización un tanto abusiva: "con esa coquetería de cuarentona soltera que sin embargo consigue siempre lo que quiere..." (pág. 11).