Image: Flores de un solo día

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Novela

Flores de un solo día

Anna-Kazumi Stahl

26 junio, 2003 02:00

Anna-Kazumi Stahl

Seix Barral. Barcelona, 2003. 444 páginas, 21’50 euros

Uno de los elementos sugerentes y explícitos de esta novela, publicada ya en Buenos Aires el pasado año con notable éxito de crítica y público, es la personalidad de su autora. Anna-Kazumi Stahl es hija de una japonesa y de un estadounidense de origen alemán. Nació en el Estado de Luisiana en 1962 y creció en Nueva Orleáns.

Estudió en Boston y en Alemania. En 1988 obtuvo una beca para trabajar en Buenos Aires, donde fijó su residencia en 1995. Su actividad creadora se inició ya en castellano con un libro de relatos, Catástrofes naturales (1997). Y ésta ha sido, hasta hoy, su primera y única novela. Alguien ha pretendido compararla con Nabokov, pero nada tiene que ver, salvo en el uso de una lengua adoptada con el genial mundo del autor de que acabó sus días en los EE. UU. retornando al ruso. De hecho, Flores de un solo día, una saga familiar de estructura casi policíaca, deriva de los paisajes y registros personales de la autora. Su protagonista, Aimée Levier, procede de Nueva Orleáns y es hija de estadounidense y japonesa. Pero a los ocho años se traslada a Buenos Aires con su madre, víctima de una enfermedad mental que le impide hablar y comunicarse por escrito. Ya adulta, casada con un médico argentino, Aimée ha montado una floristería, donde traslada al arte floral su sensibilidad japonesa.

La autora ha intentado servirse de sus experiencias para dotar a la novela del carácter misterioso, exótico, del mestizaje cultural. La trama es amplia y posee una cierta estructura misteriosa y policíaca. En esta vida apacible bonaerense, en la que nada puede perturbar el orden de Hanako, la madre y auténtica protagonista, irrumpe la carta de un abogado de Nueva Orleáns, en la que se le ofrece una suculenta herencia. Aimée procurará recobrar la historia familiar sureña, marcada por la figura de su malvada abuela Marie. Dos días en Nueva Orleáns le permitirán desentrañar múltiples secretos familiares: las razones que llevaron a su madre al estado en el que se encuentra, el papel del que ella suponía que era su padre, una pasión secreta de Tanako y hasta otra herencia no menos sustanciosa de su verdadero padre. La autora sabe dosificar la información y conseguir que el lector devore la compleja crónica. La "verdadera historia" es observada desde diversas perspectivas, la de cada uno de los personajes, algunos de los cuales parecen extraídos de la novela faulkneriana. Al contraponer la vida bonaerense con Nueva Orléans (la del pasado y la del presente) tiñe el relato de un aire exótico. La Aimée que revive su niñez no es ya ni estadounidense ni argentina. Parece más próxima a una tópica civilización japonesa.

Stahl maneja con eficacia los instrumentos novelescos, folletinescos. Construye una historia, auténtico rompecabezas, hasta dotarle de sentido. Se sirve de símbolos eficaces: las flores, las casas, la llave, los perfumes. No descubriremos en la novela, sin embargo, ningún signo de renovación técnica. Se trata de una historia bien contada (lo que no es poco) en una lengua eficaz, al servicio de la narración. R. Piglia advirtió que el hecho de que una escritora norteamericana escribiese en castellano constituía "un gran acontecimiento", aunque no sea único.