Image: Tras la mirada

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Novela

Tras la mirada

Salvador Compán

17 julio, 2003 02:00

Salvador Compán. Foto: Piñas Roche

Planeta. Barcelona, 2003. 347 páginas, 18 euros

La novela de este premiado autor andaluz constituye, antes de nada, un excelente modelo de escritura. Es precisamente la pulcritud de la prosa, la capacidad del escritor para reproducir registros de habla diferentes, el minucioso detallismo de ciertas descripciones y la precisión en el uso de sutiles mecanismos idiomáticos, lo que hace que la historia cobre una novedad que por sí misma no tiene, ya que consiste en la fusión de modelos narrativos reconocibles y repetidos en la novela y en el cine.

El asunto medular es el retorno de un personaje, Antonio Artigas, a su ciudad natal, Córdoba, donde la empresa belga para la que trabaja debe rodar parte de un spot publicitario. La vuelta desata los recuerdos de la adolescencia y facilita el encuentro con su prima Isabel, unida en los años pasados a los primeros sobresaltos del despertar de la pubertad. Junto a este esquema narrativo hay otro, igualmente tópico: el descubrimiento progresivo de los secretos que encerraba la vida del admirado tío César, que acaba de fallecer y que constituía, por su personalidad y su talento como compositor, una gloria local. A estos motivos se añaden unos cuantos más, también familiares para cualquier aficionado a los relatos, como el de la fascinación ante una mujer desconocida, el de la adolescencia problemática o el de algunos comportamientos impulsivos de ciertos jóvenes rebeldes y un tanto desnortados.

La tarea que se ha impuesto Compán con estos materiales ha sido la de fundirlos en una unidad armónica y presentarlos con una vitola nueva. La armonización le ha exigido recurrir a ciertas coincidencias no siempre verosímiles, gracias a las cuales todos los personajes de la historia acaban relacionados directa o indirectamente, como las ramas de un mismo tronco. A pesar de ello, hay que reconocer la habilidad constructiva en los vaivenes del relato, en las analepsis que recogen algo dicho o anticipado someramente y lo desarrollan con nuevas informaciones. Los meandros de la narración no la convierten, sin embargo, en un laberinto, aunque a veces incurran en cierta prolijidad, o por el contrario, queden demasiado recortados, como ocurre con el abrupto final. Los pequeños desajustes en este sentido se ven compensados por la exactitud de cada escena y por la calidad de página que ostenta la obra. Destaca la capacidad visual en la descripción de objetos, que tiene mucho de la que podría atribuirse a un pintor o un fotógrafo y que se detiene en detalles mínimos y los agranda. El lector tiene la impresión de estar muchas veces contemplando los objetos a través de la lente de una cámara cinematográfica implacable, que utiliza sin cesar el primer plano y los insertos. El descubrimiento de una mujer sentada de espaldas al observador comienza así: "Apenas había tres metros entre nosotros, pero vi muy de cerca su piel porque el deseo puede llegar a ser un zoom cuyo poder altera las distancias a fin de poder recompensarnos con primeros planos" (pág. 51). Una descripción de Lucía detalla "las ramificaciones azules de los iris arropados en las sombras de los párpado: una gradación de tonos frío que consiguen integrar la viveza vítrea de los ojos en una textura tan diferente como la de la piel cuyo blanco sólo se recupera en la convexidad de los pómulos para mezclarse enseguida con rojos y ocres al descender hacia las mejillas" (pág. 270). De hecho, la visión de las cosas mediante fotografías es frecuente en distintos momentos de la novela. La novedad en la mirada puede producirse también gracias a la imagen insólita: "Viene con un pitillo en la boca; un río de humo le parte la sonrisa, asciende y se abre delante de los ojos. Los arruga, pestañea, habla entre guiños" (pág. 16).

La habilidad suprema de Salvador Compán reside en la intensificación de las sensaciones; en la plasmación vívida de recuerdos, impre- siones fugaces, estados de ánimo, a veces sugeridos mediante tenues alusiones, y también por su buen oído para captar los matices del habla conversacional, con incrustaciones del estilo directo en el discurso y con el uso eficacísimo del estilo indirecto libre (léanse las páginas 274-276) que denotan el pulso firme y la variedad de registros del escritor: un autor para ser leído sin prisas, paladeando cada página, buscando más la ejecución precisa de los diversos instrumentos que la melodía a cuya partitura se supeditan.