Image: Cuerpos salvajes

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Novela

Cuerpos salvajes

José Manuel Costas

4 septiembre, 2003 02:00

José Manuel Costas

Premio Ciudad de Badajoz. Algaida. Sevilla, 2003. 398 págs, 19 euros

El 4 de septiembre de 1989, hace exactamente catorce años, murió Simenon, el escritor en lengua francesa más popular y difundido del siglo XX. Ahora, José Manuel Costas lo convierte en una referencia permanente de su novela Cuerpos salvajes, narración de Alina, supuesta hija natural del escritor, que cuenta su vida y su apasionada y tardía relación con el famoso creador del comisario Maigret.

Cuerpos salvajes se apoya en el recurso constructivo del "manuscrito encontrado", aunque con alguna variante. El autor -identificado por una referencia a otra novela suya anterior- conoce casualmente en París a Gladys, una periodista chilena que guarda cuadernos y grabaciones de una larga serie de entrevistas con Alina, antigua figura del music hall. La periodista regresa a su país al restaurarse en él la democracia, y el escritor recibe poco después un paquete con el material grabado y las anotaciones de Gladys, todo lo cual, transcrito y ordenado, se convierte en el relato ofrecido al lector, que reviste la forma de una extensa entrevista segmentada en varias sesiones. Es el modelo estructural de Las guerras de nuestros antepasados (1975), de Delibes, por citar un ejemplo bien conocido. La técnica compositiva es muy flexible, ya que permite concatenar con naturalidad los hechos narrados, pero también romper la secuencia temporal o introducir elementos secundarios siguiendo las preguntas del entrevistador.

El relato de Alina abarca toda la vida del personaje, desde su nacimiento y su niñez en la Barcelona de la posguerra junto a su madre, una bailarina cubana llamada Zelina Morón, hasta sus últimos tiempos en París. Hay abundantes anotaciones sobre la vida española en los años difíciles de la escasez, el yugo y las flechas y el Auxilio Social. El traslado posterior de Alina a París la sitúa en la Francia del existencialismo, de Sartre y Juliette Greco, de Camus, de Prévert, de Boris Vian, a muchos de los cuales conoce Aline gracias a la compañía de Simenon. La evocación del marco ambiental e histórico de las acciones -la Barcelona de los años cuarenta y el París del decenio posterior- es muy vivaz y contiene retratos muy ajustados, como los de Cugat o Dalí, aunque pesen tal vez demasiado los ingredientes literarios que han ayudado a reconstruir la época. Porque es el autor, más que Aline, el que está impregnado de literatura y la trasfunde a su personaje. El carácter metaliterario de muchos pasajes alcanza incluso al lenguaje. Cuando Alina, al recordar la noticia de la muerte de su padre, afirma que fue un "manotazo duro" (pág. 22), utiliza una conocida acuñación de Miguel Hernández en su "Elegía a Ramón Sijé"; y cuando la entrevistadora le sugiere que, en un momento de angustia, buscó a su padre desesperadamente, Alina responde: "Desesperadamente, ésa es la cosa" (pág. 384), lo que reproduce un verso de Blas de Otero. Pero la novedad más radical e interesante de Cuerpos salvajes no es la reconstrucción de la vida barcelonesa o parisiense en unas etapas históricas, ni siquiera los numerosos datos -a veces un tanto prolijos y reiterados- ofrecidos acerca de Simenon y ya conocidos gracias a las biografías y a escritos confesionales del autor. Lo que da intensidad a la novela de José Manuel Costas es su buceo en el personaje central, en su sexualidad obsesiva, en los recovecos de manifestaciones como el incesto, en los estratos más profundos de la homosexualidad y la exaltación libre del cuerpo y los instintos. El incesto entre padre e hija tiene una dilatada tradición literaria al menos desde la historia de Mirra, madre de Adonis, pero el producido entre madre e hija, que aquí da lugar a notables escenas, es mucho más raro. La faceta más audaz de Cuerpos salvajes, y también la mejor resuelta, es de naturaleza psicológica. El lenguaje se pliega adecuadamente a las necesidades del relato, sin supeditarse a un registro demasiado conversacional, aunque haya alguna caída en el "estilo ministerial": "muchos otros y muchas otras" (pág. 335), "las obras de otros autores y autoras" (pág. 370), "de mis amigos, de mis amigas" (pág. 398). Por último: encomendar la composición del libro a una máquina ignara da como resultado separaciones pseudosilábicas como enter-arse, bar-ranco, int-electual, man-era, ust-ed, energí-as y otras muchas igualmente delictivas. ¿Nadie vigila?