Image: Los metales nocturnos

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Novela

Los metales nocturnos

Francisco Umbral

16 octubre, 2003 02:00

Francisco Umbral. Foto: Chema Conesa

Planeta. Barcelona, 2003. 22 páginas, 18 euros

Si se quiere tener una idea bastante exacta de la revolución de Francisco Umbral como narrador, bastará comparar esta última novela con la primera -Travesía de Madrid, 1966- para advertir algunas constantes que han vertebrado el itinerario del autor, y también ciertas variantes que la depuración progresiva del estilo ha ido introduciendo en su prosa.

La comparación no sería caprichosa, porque Los metales nocturnos vuelve a ser una "travesía de Madrid", aunque de un Madrid nocturno y peligroso, en ocasiones alucinante, donde reinan la perversión, el dolor, la violencia y todas las formas de degradación moral que puede ocultar una sociedad aquejada de una atroz pérdida de valores esenciales. Camellos, homosexuales, prostitutas, mundanos venidos a menos, matones organizados en partidas violentas convierten la noche madrileña en un aquelarre para Jonás, el escritor y periodista que se siente hostigado, amenazado y perseguido por sectores muy distintos de la sociedad, desde las guerrillas urbanas de patriotas a machamartillo hasta la Academia y ciertos grupos intelectuales. Como sucedía en Travesía de Madrid, el lector puede sentir la tentación de buscar en la figura y la historia de Jonás concomitancias con el autor para calibrar así el calado autobiográfico de la novela. Pero lo que podía ser legítimo en la novela primera sería aquí un error, que el escritor ha querido evitar haciendo aparecer como personaje al propio Francisco Umbral, a quien Jonás visita en busca de ayuda pese a considerar que "no es hombre simpático sino altivo o ausente, y ahora se ha convertido en un solitario" (pág. 125). Es evidente que Umbral no ha pretendido crear un autorretrato ni una contrafigura suya -aunque el escritor cuente siempre con sus experiencias, vividas, leídas o soñadas-, sino más bien lo que Unamuno denominó un "ex-futuro": lo que uno pudo haber sido y no fue, una posibilidad de existencia que no llegó a desarrollarse porque el sujeto escogió en un determinado momento otro camino; de este modo, cualquier tratamiento literario de un ex-futuro constituye una ficción, aunque lleve implícita una reflexión sobre el propio yo. Y Los metales nocturnos lo es tanto que puede leerse como metáfora de la soledad y el deseo de apartamiento del mundo.

El afán de respirar vida a pleno pulmón que llenaba las páginas de Travesía de Madrid ha dado paso a una mirada amarga y desencantada. Hasta el sexo gozoso de aquella novela es ahora triste mercadería, más rito que placer. La prosa se ha hecho más dura y cortante, y, con gran economía de medios, Umbral crea tensas y memorables escenas, como la de Ciudad Latina o la del enterramiento de Onésima, que cuentan ya entre las mejores páginas del escritor. Los elementos de la historia están bien integrados en la estructura narrativa de relato itinerante, tal vez con excepción de dos escenas que son más bien dos retratos: el del académico Culo Rosa, esbozado mediante el procedimiento estilístico de la repetición del nombre que recuerda los modelos de Cela (pág. 33), y el del "viejo maestro literario [...] pelirrojo y grande" (pág. 80). En ambos casos, el guiño literario, la clave apenas oculta, algo que Umbral ha cultivado en ocasiones -recuérdese, sin ir más lejos, El Giocondo-, importa más que la funcionalidad de los personajes en el conjunto de la novela, de donde podrían desaparecer sin merma alguna de su valor.

Es la mirada del narrador homodiegético -narrador y personaje a la vez- lo que da unidad al relato, lo que engloba ámbitos tan distintos como el cementerio y la comisaría, o personajes tan diversos como Electa, Yves Uzcudun o Juarecito; la mirada y el tratamiento estilístico, con abundantes marcas literarias en los títulos de obras que se incrustan con naturalidad en la prosa, emboscados como parte de los enunciados del discurso del narrador, y que actúan como intertextos que remiten a distintos autores: Juan Goytisolo (pág. 8), Blas de Otero (pág. 10), Cela (pág. 12), Sartre (pág. 44), Insúa (pág. 63), Musil (pág. 139), etc.

Si algunas construcciones no desdeñan el uso de anadiplosis retóricas ("en una noche sin hora, en una hora de seda, en una seda que era el tiempo...", pág. 34), el agudo instinto idiomático de Umbral, sin duda el autor vivo con más discípulos e imitadores, da cobijo a neologismos tan audaces como aceptables: "Tiempísimo que no se te veía por aquí" pág. 15; "monstruizado", pág. 18; "basca trasnochatriz", "todo lo dialectiza", pág. 86, etc. Es la fecunda herencia del gran Ramón, que aún dura.