Image: La larga noche

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Novela

La larga noche

Carmen Amoraga

8 enero, 2004 01:00

Carmen Amoraga. Foto: Benito Pajares

Algaida. Sevilla, 2003. 314 páginas, 19 euros

Carmen Amoraga (Picanya, Valencia, 1969) entró con buen pie en el campo de la novela con Para que nada se pierda, ganadora del Premio Ateneo Joven de Sevilla en 1997.

La larga noche, la tercera y la mejor de la suyas, supone la consolidación de esta autora valenciana como novelista por su capacidad de articular una historia múltiple en una trama bien organizada en todos sus componentes y escrita con firme pulso narrativo en un movimiento climático que va acrecentando el interés de cada una de las peripecias individuales como afluentes que confluyen en el río caudaloso donde se han reunido sus vidas. Cada rama podía ser árbol y dar lugar por sí sola a una novela. Pero la autora ha preferido enhebrar con las cuatro experiencias de amor y desengaño una novela de pasiones con unos personajes desdichados en busca de la felicidad y envueltos en una estructura folletinesca que hará las delicias de muchos lectores.

La larga noche cuenta una historia que se desarrolla en la noche bohemia y prostibularia de Barcelona en los años 20. Centra todo su interés en el relato de pasiones y frustraciones amorosas vividas por sus personajes principales. Por eso no hay reconstrucción de época, ni siquiera en la lengua empleada, sólo el marco lexicalizado de los felices 20 establecido por alguna referencia histórica y el comienzo del cinematógrafo. Todo se desencadena por el encargo secreto que una importante personalidad hace a dos prestigiosos cineastas para rodar la película sicalíptica en la cual se reúnen la más famosa prostituta del más afamado burdel de la ciudad, un acomodado señorito vividor de la bohemia barcelonesa y el más prestigioso cámara del nuevo arte del cine. El espacio gira en torno al lujoso lugar de comercio sexual regentado por Madame Giselle. La chica favorita es aquí Candela Galán, triunfante como puta de lujo después de una terrible decepción amorosa. Oriol Mora, su compañero en la película porno, también arrastra su amargura de efebo humillado. Y el cámara Bruno Bonet ahoga en el silencio de su naturaleza enfermiza el peso de un amor perdido en su experiencia brasileña. Cada uno aporta su frustración en sendos capítulos contados por un narrador omnisciente que resume la prehistoria de todos en la larga noche de su competición por atesorar la historia más triste. Así cada nuevo capítulo apura la suspensión de la intriga y el interés del lector con audacia extremada que pone a prueba los límites de la verosimilitud en la sucesión de relaciones amorosas y amarguras sin consuelo.

El mejor ejemplo de la habilidad de la autora en su empeño por guardar la verosimilitud, incluso en las más increíbles fantasías eróticas que aquí se cuentan, está en el capítulo cuarto, cuya ficción se narra en el mismo plano de lo hasta entonces novelado -que también es ficción- y con respecto a lo cual parecería inverosímil si no recibiera su pertinente justificación del hecho de tratarse de la película sicalíptica que el narrador nos cuenta a la vez que sus protagonistas la están viendo. Antes se había completado el planteamiento de la novela, estructurada de modo clásico, con sucesivas retrospecciones temporales que explican la situación presente de los personajes. A partir de entonces la prehistoria narrativa de los mismos se completa en su larga disputa nocturna por encarnar el pasado más triste. Y el final se complica con la historia de suplantaciones en la personalidad de la propia Madame Giselle, que cierra la competición por la vida más desgraciada y abre la historia novelada a un futuro incierto en la búsqueda de la felicidad. Porque de esto se trata en el fondo en esta historia de amores y desamores protagonizada por unos personajes atenazados por la melancolía de los recuerdos. Al cabo, haciendo gracia de efectismos y descuidos, he aquí una buena novela sobre la necesidad del amor y la felicidad, rebosante de sensualidad y ternura.