Novela

El ladrón de hortensias

Jesús González Fernández

15 julio, 2004 02:00

Nobel. Oviedo, 2004. 317 páginas, 14 euros

A una prudente distancia de la publicación de su primer título narrativo (Secretos que me visitaron en octubre, 2001) hace su segunda aparición González Fernández con una ambiciosa y trabajada propuesta narrativa, al menos en lo que se refiere a su inventiva y al despliegue argumental con que la sustenta. El ladrón de hortensias contiene una historia de amor contada hacia atrás, desde que se evidencian los primeros signos del desgaste -en Antigua, la ciudad de provincias en la que viven instalados (una réplica actualizada de Vetusta)-, hasta el primer encuentro en París, entre Sira Beauvoir y Fermín Abarca. él, joven, aspirante a notario, urgido por la necesidad de sacudirse rutinas familiares tras la muerte del padre, y ella, también joven, de infancia caribeña, culta, vital y sensual. De cómo y cuándo adquirió realidad su historia, y de cómo y cuándo comenzó el final trata, en esencia, la trama.

Lo original no está en ella sino en el enfoque escogido para el relato, en el arranque y la disposición de las secuencias que lo componen. A lo que hay que sumar los dosificados y oportunos golpes de humor (visibles, por ejemplo, en los nombres: Veneranda Alegría, Prudencio Regatillo, Adosinda Campoamor) y de ingenio con que se desdramatiza la acción desencadenada un decisivo verano en que cada uno decidió vengar la rutina con sus armas; el resultado se pronunció una mañana en que Fermín amaneció sumido en un inexplicable y absoluto mutismo. Esa excusa argumental se pone al servicio del orden temporal y las tres voces que cuentan la historia toman como referencia el antes y el después del enigmático silencio. Tres voces que se reparten el enfoque: un narrador omnisciente, que cuenta los pormenores de la relación y recrea el ambiente social de esa ciudad, a mediados del siglo XX, así como los orígenes familiares de una y otro; tras su relato, poco contenido -resuelto con los recursos del realismo tradicional, descriptivo, pormenorizado-, toma la palabra "la abuela infinita", un personaje insólito, herencia del mundo mítico de García Márquez, que oxigena con su halo mágico los excesos realistas del narrador que le precede; es el más logrado de los personajes, el que ensancha el argumento con sus despropósitos; su versión la hereda la hija del matrimonio, ángela, con una intervención menos afortunada en su intento por aproximar la historia a nuestro tiempo. Las tres voces, si bien enriquecen la versión de los hechos, abundan en detalles, y se revuelven en un estilo que ralentiza el ritmo de la novela. Y eso eclipsa otros logros. Más ágil, más fresca, resultaría una historia más lograda.