Image: Los primeros de Filipinas

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Novela

Los primeros de Filipinas

Pedro J. de la Peña

2 septiembre, 2004 02:00

Pedro J. de la Peña. Foto: Archivo

Premio Ciudad de Salamanca. Algaida. Sevilla, 2004. 314 páginas, 17 euros

Pedro J. de la Peña es un hombre de letras valenciano (aunque nacido en Reinosa, en 1944) de amplia trayectoria como ensayista, poeta y novelista, reconocida con importantes premios en los tres géneros.

Con Los primeros de Filipinas ganó el último premio Ciudad de Salamanca. Ya en su título, construido a partir de una frase hecha ("los últimos de Filipinas"), se anticipa que la novela está dedicada a los españoles que llevaron a cabo la conquista de Filipinas en la segunda mitad del XVI. Así es, y en efecto, leído el libro, se comprende que estamos ante una novela histórica que desborda los límites del género tanto en su organización constructiva con una estrategia de narradores y paranarradores que amplían la pluralidad de enfoques sobre cualquier episodio como en su orientación temática que, además de las fortunas y adversidades de la conquista, aborda graves reflexiones acerca de la condición humana.

La novela consta de 8 partes y 22 capítulos. Los epígrafes de las partes incluyen una nota del pentagrama musical, el oficio o la profesión del protagonista (que también puede ser el narrador) de dicha parte y el nombre del mismo. Así se teje una narración plural por las diferentes perspectivas complementarias de sus narradores cambiantes. Son el marinero Isla, el político y conquistador Legazpi, el pícaro Pedro Fernández, el oficial y encomendero Pedro del Castillo, el fraile agustino Martín de Rada y el obispo Domingo de Salazar con la ayuda de su secretario Fray Cristóbal. Todos ellos se van alternando en un relato pluriperspectivístico en el que destaca el predominio del pícaro y del marinero Isla, que abre la novela con la rememoración de su engaño por un embaucador que lo deslumbró con las Indias y la cierra con su encuentro en Sevilla, veinte años más tarde, con el mismo charlatán. La diversa condición de los narradores y protagonistas de cada una de las partes facilita la variedad de sus relatos, orientados, según el caso, a la crónica, la narración picaresca, el libro de viajes, la breve autobiografía y el memorial que da cuenta de la situación vivida en aquellas islas.

De todo ello se habla en esta interesante novela. Su único demérito radica en no haber sujetado en todo momento el punto de vista narrativo. Pues en algún caso resulta difícil advertir quién narra. Esta indefinición se manifiesta en pocas ocasiones y siempre podrá acudirse a la más amplia perspectiva de un narrador omnisciente, que no aparece pero al que, sin duda, pertenecen los títulos de los capítulos. Por lo demás hay que hacer notar la eficacia narrativa de este entramado de narradores que cuentan su peripecia o la de otros y que también se convierten en receptores críticos de lo que cuentan otros compañeros en las mismas expediciones. De modo que cada narrador aporta a la novela la historia de su vida en relación con los otros y todos completan la historia plural de aquella empresa colectiva de hombres de honor en la política o en las armas o en la Iglesia. Entre todos encarnan lo mejor y lo peor de la condición humana. Y de ello se da cuenta y razón con variedad de tonos y registros estilísticos (entre lo épico y lo cómico), con aprovechamiento de la narración oral, del mito y de la tradición literaria y con abundante caudal léxico que incluye el habla marinera y el castellano de los siglos de oro e incluso algunas palabras del tagalo.