Image: El vuelo de la crisálida

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Novela

El vuelo de la crisálida

Isaac Montero

2 septiembre, 2004 02:00

Isaac Montero. Foto: Chema Tejeda

Taller de Mario Muchnik. Madrid, 2004. 608 páginas, 24 euros

Isaac Montero no ha practicado jamás la literatura como instrumento para exhibir ingeniosos juegos malabares. La docena y media de títulos de su obra narrativa acredita que, lejos de toda frivolidad, Montero utiliza la novela para ofrecer la imagen artística -y crítica- de la sociedad en una determinada época.

Si hubiese que buscar entre nosotros un equivalente de lo que en la novelística norteamericana representa un autor como Norman Mailer, Montero sería tal vez el candidato más firme a ocupar el puesto. Conviene advertir, sin embargo, que el carácter testimonial que posee la obra del escritor no acarrea un ápice de superficialidad. El vuelo de la crisálida, por ejemplo, es una construcción narrativa extremadamente compleja, por la que desfilan, a veces fugazmente, más de setenta personajes de distintos estratos sociales. Por otra parte, las diez partes en que se divide la novela están íntegramente compuestas por diálogos cuyos interlocutores a veces ni siquiera se mencionan. Fuera de la estructura dialogal, quedan tan sólo breves fragmentos de comunicados oficiales que anuncian o justifican la selección de los textos reproducidos -conversaciones grabadas, por tanto- o aluden a la existencia de otros diálogos de menor interés. Como estampa dialogada de una época -que en este caso abarca aproximadamente los últimos veinte años del siglo XX-, El vuelo de la crisálida hace recordar modelos clásicos como La lozana andaluza. Pero la minuciosa reconstrucción de conversaciones privadas, las escuchas clandestinas por parte de misteriosas organizaciones, la vigilancia de vidas ajenas, en suma, obliga a considerar la amenaza de un mundo en el que la intimidad es allanada sin cesar; en una sociedad compuesta por los que vigilan y los que son vigilados. Acaso Montero ha tenido presente lo que ya se insinuaba en The Conversation, una película premonitoria que convendría revisar.

Sea como fuere, las conversaciones que forman El vuelo de la crisálida constituyen la creación de su personaje central, Pedro Pablo Sanjuán, que inventa una intriga, hecha a base de verdades deformadas, cuyo destinatario final será águeda, una persona con la que Sanjuán mantuvo alguna relación en su juventud y que se encarga de enjuiciar el expediente en una carta final. Allí se pregunta: "¿Autobiografía encubierta, novela en clave, crónica de un fracaso? ¿Testamento, memorias? ¿Simple relato de tu fantasía?" (pág. 600). En otro momento, águeda define El vuelo de la crisálida como "ilusoria crónica de tu vida" (pág. 602) y enumera las diferencias entre los hechos que vivió Sanjuán y la versión ofrecida en su escrito. Se recalca así la idea de que la literatura nace aferrada a la realidad para ir luego despegándose de ella y creando su propio espacio, de modo que un narrador mezcla en su relato lo que fue y lo que soñó ser, lo que hizo y lo que vio hacer a otros o pensó que hacían. Aquí, las burlas con la ficción inverosímil de la Crisálida creada por Sanjuán, e incluso el carácter casi esperpéntico de muchas escenas, no ocultan la existencia de personajes corruptos, de asuntos graves, de fraudes nacidos de la connivencia entre la política y los negocios. Entre burlas y veras, en efecto, Montero levanta frente al lector el gigantesco tapiz de una sociedad acomodaticia en la que la ética ha huido tanto de los despachos gubernamentales como del ámbito de la justicia.

Para sostener este complejo entramado sobre centenares de secuencias dialogadas en las que el lector tiene a menudo que identificar a los interlocutores por su habla peculiar, hacía falta un escritor sensible a los más diversos registros del lenguaje, desde la jerga más desgarrada hasta la exquisitez culta. Y El vuelo de la crisálida es también una extraordinaria creación verbal. Léase con detenimiento, sin arredrarse por la extensión de la obra, y se encontrarán centenares de motivos para el deleite estético.