Image: El incendio del paraíso

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Novela

El incendio del paraíso

Antonio Álamo

20 enero, 2005 01:00

Antonio álamo. Foto: Julián Jaén

Premio Jaén. Mondadori. Barcelona, 2004. 267 páginas, 18 euros

ésta es la historia de un "amour fou", de un idilio apasionado que se degrada con rapidez y que conduce al delirio y a la locura. Pero se centra esencialmente en el personaje masculino, Santiago Lizarrabengoa, cuya relación con Sara Carmona, que ha pasado por etapas de intensa felicidad, desemboca en una sórdida tragedia.

La línea vertebradora del relato está formada por las anotaciones del psiquiatra Sergio Leiva -que, además, firma el prólogo-, extraídas de las entrevistas con Santiago, al que se le ha diagnosticado una psicosis reactiva en el Hospital Psiquiátrico Penitenciario de Sevilla. Entre estas anotaciones se intercalan diversos capítulos narrados en tercera persona que completan ciertos detalles de la historia. álamo es hombre de tea-tro, lo que explica la abundancia, precisión y naturalidad de los diálogos, pero también algunos otros aspectos de la novela. Por ejemplo, cierto énfasis en la configuración de los personajes: grandes gestos, conductas notoriamente anómalas que responden a una visión que podríamos denominar amplificatoria de los hechos. El escenario, que encierra a los personajes al fondo de la sala, parece exigir el abultamiento de los ademanes, la elevación de la voz, cierta inevitable ampulosidad. Y algo de este carácter teatral subsiste en esta narración descoyuntada y atroz que, precisamente por su esquematismo psicológico, queda muy por debajo del modelo estructural, un tanto diluido pero presente, al que remite: la novela Las guerras de nuestros antepasados, de Delibes.

Las insuficiencias psicológicas que oscurecen buena parte de los méritos indudables que posee El incendio del paraíso no son de naturaleza médica, sino narrativa. Se derivan de la excesiva tendencia a explicar una y otra vez estados de ánimo en lugar de mostrarlos mediante acciones o palabras. Abundan informaciones como éstas: "Cada día pensaba una cosa distinta. Lo mismo quería tirarse por la ventana, ir a Ibiza [...] A veces se sentía vacío y otras espantado" (pág. 45). O bien: "Le resultaban insoportables todos los minutos que no estaba con Sara [...] Estaba siendo devorado por los celos" (pág. 99). Por lo demás, las diferentes perspectivas desde las que se aborda el relato están bien equilibradas, si bien la tendencia -siempre sofrenada- al grand guignol crea ciertas distorsiones en el tratamiento de la historia, que oscila entre el dramatismo de sus contenidos y la elementalidad de las informaciones seleccionadas.

El lenguaje ofrece no pocos lunares en usos preposicionales ("trabajaba [...] cuatro días en semana", pág. 64; "morirse de la risa", pág. 66), en concordancias ("has jugado con cosas con las que no se juegan" págs. 226 y 229; "acabó la sesión con un hipido, a la que siguió un gimoteo", pág. 48) o en usos rechazables, sin más, como "culpabilizarnos" (por ‘culparnos’, pág. 94) o "dormía a ratos, y nunca en profundidad" (pág. 119), a lo que cabría añadir un curioso titubeo en las construcciones pronominales: "le quería" (págs. 69, 78, etc.), "lo quiero" (pág. 78), "lo amó" (pág. 76), "le amaba" (pág. 80), "verlo emborracharse y cogerle de un brazo" (pág. 78). En conjunto, y sin que esta característica suponga demérito ninguno, en El incendio del paraíso tienen más valor los ingredientes de índole teatral que los estrictamente narrativos.