Image: Caso Karen

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Novela

Caso Karen

José Angel Mañas

24 marzo, 2005 01:00

José Angel Mañas. Foto: Archivo

Destino. Barcelona, 2005. 226 páginas, 17 euros

La aparición en 1994 de Historias del Kronen permitió descubrir a un joven narrador cuyo indudable talento necesitaba reposo y maduración. Las novelas siguientes, tal vez demasiado precipitadas, ofrecen una trayectoria con altibajos que ahora cristaliza en este Caso Karen, donde es perceptible una voluntad constructiva que, al mismo tiempo que subraya el carácter colectivo de la historia, permite ahondar en los retratos psicológicos de algunos tipos.

Los jóvenes noctámbulos y un tanto desnortados de las primeras novelas han crecido; ahora son escritores, editores, profesores universita- rios, policías, y, como ya sucedía en Soy un escritor frustrado y en Mundo burbuja, los problemas de la creación artística van ocupando un lugar preferente en el mundo del autor. En Caso Karen la historia, como ya es frecuente en la narrativa actual, está basada en una intriga que requiere la intervención de la policía: la muerte, se ignora si accidental o provocada, de una joven escritora de éxito que se precipita al vacío desde el balcón de su casa. La indagación policial obliga a los investigadores a realizar numerosas entrevistas con distintos personajes que tuvieron relación con la autora fallecida o participaron en la última fiesta celebrada en su casa. Muchos de los capítulos de la obra recogen, en primera persona o mediante relato indirecto, los testimonios de esos personajes -un cineasta, un doctorando universitario, un editor, una escritora, algunos periodistas, una esposa traicionada...-, a los que hay que añadir abundantes pasajes pertenecientes a la última novela de la escritora muerta, donde se advierte con claridad que el relato era simple transcripción apenas encubierta de experiencias personales, sin asomo alguno de invención. Hay en estos tipos numerosos rasgos que invitan a identificarlos con seres reales y practicar la lectura que parece exigir una novela en clave; hasta un escritor que aparece fugazmente conversando con una editora tiene el mismo aspecto que un autor fácilmente reconocible, y sólo se diferencia de él porque Mañas ha cambiado una de las cuatro letras del apellido. Todo esto es demasiado fácil y no cuenta entre los mejores logros de Caso Karen.

Lo importante es el esfuerzo del autor por multiplicar los puntos de vista, estableciendo una continua rotación entre las distintas voces que ofrecen su testimonio, su versión de la muerta -como en multitud de relatos ya clásicos, literarios y cinematográficos- y, a la vez, su propio autorretrato. Mañas ha pretendido romper la sucesión lineal de la narración, e incluso en algún momento ha mezclado dos acciones paralelas y distintas alternando los párrafos dedicados a cada una de ellas, como sucede en el capítulo 44, que muestra los distintos rumbos de los policías Duarte y Pacheco una vez concluida la jornada de trabajo. Mañas tenía modelos muy cercanos de este modo de narrar, ya aplicado en las primeras novelas de Vargas Llosa, desde La ciudad y los perros hasta Conversación en la Catedral, y, antes, ensayado, entre otros, por Dos Passos en Manhattan Transfer y por Sartre en Le sursis. No hay, pues, demasiada novedad en el procedimiento -que, además, en Caso Karen crea alguna confusión en el momento de identificar las distintas voces-, y lo que cuenta es el retrato resultante de Karen del Corral y, en menor medida, de personajes como el editor Ferrater, los policías Pacheco y Duarte -sutilmente despojados de cualquier aureola magnificadora- y el pedantesco Tino González. También es acertada la plasmación de ciertos ambientes sórdidos por donde transitan bebedores noctámbulos, sablistas, prostitutas, drogadictos y camellos, sin distinción de estratos sociales, que constituyen el telón de fondo en el que se inscriben unas vidas en las que incluso el éxito fácil acaba siendo un fracaso. Mañas es un autor dotado como pocos para delinear con precisión panoramas de esta índole. Esta visión de extremada dureza necesita únicamente encontrar su cauce narrativo adecuado para convertir a su autor en el notario de una sociedad degradada e insensible a los valores más nobles. Por ahora, ese cauce asoma en algunos pasajes y presta indudable vigor a muchas páginas, pero no alcanza a redondear el conjunto, donde acaso han triunfado en demasiados momentos las soluciones más fáciles.