Image: Ramón Buenaventura

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Novela

Ramón Buenaventura: "Los artistas fracasados no hacemos nada por evitar el fracaso"

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24 marzo, 2005 01:00

Ramón Buenaventura, por Gusi Bejer

Pregunta: “Voy a escribir una mala novela, yo también”, comienza la novela... ¿lo ha conseguido? Respuesta: Parece ser que no. Los artistas fracasados nunca cumplimos con nuestros objetivos. P: Rodrigo Díez del Canchal ¿obtendría mucho éxito en la vida real? R: Más que en la novela, donde el escritor le obliga a competir en terrenos que no domina. El sentimiento y otras fruslerías. Ahí le gano hasta yo. P: ¿Y como editor? R: También. Los buenos comerciantes no se fijan mucho en lo que venden: Tingis Naranja, una colección de clásicos, qué más da. P: ¿Cuánto de provocación tiene su libro? R: Provocar es muy peligroso y, como todo el mundo sabe, yo siempre he sido prudentísimo. P: ¿Y de denuncia de un mercado editorial que en ocasiones desprecia la literatura? R: Una enorme editorial moderna no puede publicar un libro para vender 987 ejemplares. El dinero exige cantidad. P: ¿Ganarse la vida es siempre corromperse, cuando se es poeta? R: Ganarse la vida, siendo poeta, es una hazaña. Lograrlo con poquita corrupción es un milagro. P: El protagonista explica lo que es para él una mala novela, ¿y para usted? R: La diferencia entre buena y mala novela está en el talento, y para captar el talento también hace falta talento, no sé si me explico. Otra vez la cantidad. P: ¿Piensa, como él, que 8 de cada 10 libros publicados en España son previsibles e innecesarios? R: Casi todo, en esta vida, es más previsible que un reloj, y mucho menos necesario. En lo literario, el veinte por ciento de calidad y sorpresa es ya maravilloso. P: ¿Y en nuestra crítica, quién le parece imprevisible y necesario? R: Ignacio Echevarría es ambas cosas. P: ¿Por qué? R: El grado máximo de comunicación es indispensable y sólo puede conseguirse desde la sorpresa. P: ¿Realmente cree que lo obvio es garantía de éxito literario en nuestros tiempos obvios? R: ¡Más de lo mismo, todos a la vez! P: De Ihintza, la otra protagonista de la novela, se dice que es capaz de matar por un premio literario. ¿Qué hubiera hecho usted por el suyo? R: Nada. Es el principal defecto de los artistas fracasados: nunca hacemos nada por evitar el fracaso. P: ¿A qué se refiere cuando dice que El último negro forma parte de un “conjunto literario” con El año que viene en Tánger y El corazón antiguo? R: Las tres novelas, que pueden leerse por separado, cuentan la vida de amigos míos nacidos en Tánger el mismo año que yo. Es un capricho literario y no parará en tres títulos, espero. P: Hoy por hoy, ¿lo que no se vende, no existe? R: En literatura, no. Ahora, ya, ni siquiera hay esperanza de posteridad. Puede que dentro de cien años no haya historias de la literatura. P: ¿Qué le empujó para dejar (y copio su página web) “a partir de 1984 [...] el mundo empresarial puro, duro y cruel”, y “sembrarse en el huerto editorial, puro, duro y cruel”? R: No sirvo para trabajar en actividades que no me levantan entusiasmo. Pero encontré la misma dureza y crueldad en el mundo editorial, a pesar de mi entusiasmo inicial. P: ¿Valía la pena? R: Sí. Si hubiera aceptado el cargo de Vicepresidente para América Latina de Norton Simon, ahora estaría muerto. P: ¿Cuándo decide dejar de destruir novelas y poemas “con vocación de basura”? R: He destruido muchísimos textos, sí. Sigo destruyendo mucho más de lo que escribo. Pero eso no me hace mejor. Sólo más tiquismiquis. P: ¿Por qué hay tanto escritor sin su exagerado sentido crítico? R: Tampoco es un mérito de que presumir. Y el control de calidad sale carísimo, tanto en la industria como en la creación artística. P: ¿Qué le dijeron los seis editores que rechazaron El año que viene en Tánger cuando se publicó, obtuvo buenas críticas y el premio Ramón Gómez de la Serna? R: Nada. Antes, sí: una editora escribió una carta en la que llegaba al insulto personal. P: ¿Para qué sirven, y para qué no, los premios literarios? R: Sirven para mejorar las condiciones de publicación. Nadie me habría dado a mí un adelanto de 30.000 euros. Y no sirven para demostrar nada, porque ganar es siempre una complicada casualidad. P: ¿Qué es lo que más le hubiera divertido a Quiñones de su novela? R: Los pasajes más rijosillos, supongo. P: ¿Cree que ha pagado como escritor un precio por ser tan libre? R: Odio el victimismo. Pobrecito yo, qué mal me tratan. No. Me han tratado como me merezco, supongo, y eso es todo. P: ¿Qué cambiaría de su trayectoria como escritor? R: La salida tardía. Empecé a escribir a los 13 ó 14 años y no publiqué nada hasta los 38. No tengo amigos de juventud literaria. Eso es malo. P: ¿Y a qué no renunciaría jamás? R: No sé renunciar.