Image: El cantante de boleros

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Novela

El cantante de boleros

Javier Tomeo

19 mayo, 2005 02:00

Javier Tomeo. Foto: Paco Toledo

Anagrama. Barcelona, 2005. 177 páginas, 14 euros

Pocos narradores hay con un mundo y un estilo propios de tan inconfundible perfil como Tomeo. Cualquier lector mínimamente familiarizado con el autor aragonés reconocería sin dificultad una página suya, con esa mezcla de elementos inesperados, absurdos, jocosos, ingenuos, a menudo contradictorios, con esos discursos monologales que se alargan hasta extremos inverosímiles en un continuo vaivén donde no parece haber información relevante alguna.

El vacío, la soledad aplastante, la monotonía, el misterio de lo cotidiano, la realidad de un mundo plano y vulgar son algunos de los motivos que se desprenden de la literatura de Tomeo, escrita como en voz baja, sin grandes gestos, sin personajes que destaquen por su grandeza sino, en todo caso, por su bondad y su mansedumbre.

El narrador de El cantante de boleros es, una vez más, un tipo gris, de vida paupérrima, que subsiste gracias a una pequeña herencia y a su trabajo vespertino como repartidor a domicilio. Sus preocupaciones son mínimas, aunque se forja un mundo lleno de interrogantes: ¿Le regalará Rafael una guitarra? ¿Acudirá por fin a la cita tantas veces fallida? ¿Es vigilado por espías? ¿Ha sido Carmen la que ha difundido un pequeño secreto? ¿Quiénes son los enigmáticos amigos de Rafael? ¿De quién proceden las misteriosas llamadas telefónicas? La acumulación de detalles minúsculos -pero que, en la vida chata del narrador, adquieren proporciones inusitadas- que crean inquietud, en medio de continuas reflexiones a medio camino entre lo obvio y lo infantil e ingenuo, sostienen una acción en la que, propia- mente, no sucede nada pero que interesa al lector, atraído por la posibilidad de que, a pesar de todo, aquellos hechos un tanto extraños tengan alguna explicación, y las maniobras elusivas de Rafael respondan a algún designio que acabará descubriéndose. El discurso del narrador va delineando un personaje solitario, que recuerda sin cesar a su madre desaparecida, que exhibe un nivel mental y unas asociaciones un tanto infantiloides ("descubro que es una de esas personas que al reír enseñan las encías hasta arriba y que, además, se ríen con la letra i, que es como se ríen los chinos", pág. 94) y cuya vida se reduce a servir algunos pedidos, beber cervezas en el bar, ducharse para combatir el calor y tomar alimentos enlatados.

Tomeo domina como pocos la explotación de los lugares comunes, de la fraseología más tópica y previsible, que, puesta en boca de sus personajes, evidencia su insipidez y su vulgaridad. Ha trasladado al relato, aunque sin especial intensidad, algo parecido a lo que Ionesco puso en circulación con sus primeras obras -pienso de manera especial en La cantante calva- al construir diálogos sobre frases convencionales extraídas de un manual para el aprendizaje de idiomas y que, transferidas a una conversación, resultan absurdas. En Tomeo, el sesgo de algunos coloquios relatados es de esa naturaleza: "Nos ponemos a hablar de la ola de calor y dice que por su culpa se han muerto en el barrio muchos viejos que no se habían muerto nunca [...] Le contesto que nadie puede morirse dos veces, que si alguien se muere una vez, ya no tiene oportunidad de volver a morirse y que lo normal es que los viejos la palmen un poco antes" (pág. 12). Con sus ribetes de ferocidad, humor e ingenuismo, los personajes de Tomeo van ofreciendo, novela tras novela, una visión del mundo muy particular, porque se trata de un orbe de pobres gentes descrito sin patetismo -aunque contenga elementos patéticos-, sin inclinación alguna a lo dramático -aunque la soledad o la sumisión a un orden superior e inexplicable sean motivos potencialmente dramáticos- y sin relieve en las acciones narradas. Son los mean-dros del discurso y alguna situación insólita en torno a la cual gira la historia los únicos soportes de la narración. En ese terreno acotado y singular es donde Tomeo se mueve a sus anchas. Menos sorprendente y con menor tensión que otras novelas suyas, El cantante de boleros es, sin embargo, una muestra muy representativa del estilo narrativo del escritor aragonés.