Image: La noche

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Novela

La noche

Antonio Soler

26 mayo, 2005 02:00

Antonio Soler. Foto: Kote

Ilustraciones de R. Blanco. Destino. Barcelona, 2005. 130 págs, 18 e.

Antonio Soler (Málaga, 1956) es uno de los autores más interesantes de las últimas décadas. Alcanzó su reconocimiento con el premio de la Crítica concedido a Las bailarinas muertas (1996), que antes había obtenido el premio Herralde.

Después vinieron otras novelas, galardonadas con premios como el Primavera otorgado a El nombre que ahora digo (1999) y el Nadal a El camino de los ingleses (2004), en las cuales el autor ahonda en la recreación de su mundo imaginario construido en torno a su provincia natal en tiempos del franquismo. En este universo novelístico La noche, primorosamente editada, no pasa de ser una obra menor. El relato gira en torno a los hechos ocurridos en una compañía de circo una noche en que hubo dos muertes en circunstancias extrañas. Días después se produjo la tercera muerte. Y casi seis años más tarde el narrador, que había formado parte de aquella empresa como hombre-bala, con motivo de su encuentro con uno de los enanos recrea lo sucedido.

La novela se abre con el recorte de una noticia de periódico en la que se da cuenta de la aparición de un hígado y un zapato en una carretera de provincia, con unos trozos de intestino colgados en las ramas de los árboles. A continuación el relato, dividido en cuatro partes que siguen el clásico esquema tripartito de planteamiento, nudo y desenlace, desarrolla la historia de los hechos por medio de la narración del Bala, que fue testigo presencial de casi todo lo que cuenta. Pero su memoria está emborronada por la oscuridad de aquella noche de sangre. Por eso reflexiona sobre la manera de contar aquellos sucesos y sus limitaciones en el conocimiento de algunos detalles.

En la pertinencia y coherencia de la estrategia narrativa radica lo más logrado de la novela. Pues la narración acredita su verosimilitud por medio de las dudas del Bala sobre su cometido en la rememoración de aquel pasado. El narrador procede con cautela y habilidad para mantener la suspensión de la intriga. El suspense acrecienta su intensidad en el desenlace, con el relato de la muerte de la trapecista ante un público infantil. En este momento culminante se funden en expresivo maridaje artístico el ritmo acelerado de la sintaxis nominal, que llega a la enumeración caótica, y la confusión mental del narrador. E incluso acierta el narrador en el logro de la verosimilitud para el enriquecimiento de su relato con el aliento poético de algunas páginas. Pero también hay descuidos que corregir, como el diferente orden de los apellidos del relojero que encontró los macabros restos en la carretera (pág. 7) y la escasa credibilidad de la investigación policial cuando el inspector devuelve al narrador el pasaporte del desaparecido Pololo sin percatarse de que habían ido allí a preguntar "por el hígado abandonado y por el director" (págs. 101-102).