Image: Lo que callan los niños sabios

Image: Lo que callan los niños sabios

Novela

Lo que callan los niños sabios

Vital Citores

23 junio, 2005 02:00

Vital Citores. Foto: Lengua de Trapo

Lengua de Trapo. Madrid, 2005. 155 páginas, 15’5 euros

La segunda novela de este joven narrador aragonés tiene un arranque prometedor. En pocas páginas, Oslo, el personaje que relata la historia, deja bien sentados sus elementos fundamentales: el autorretrato de un niño superdotado e hipersensible, el choque con el mundo exterior, las escenas de oscuro significado, el mundo circundante contemplado como una sucesión de enigmas, los crímenes, los personajes misteriosos, la indeterminación de límites entre realidad y sueño...

Ni siquiera faltan las referencias al cine y a las historias de Edgar Allan Poe, de modo que las coordenadas esenciales de Lo que callan los niños sabios se manifiestan con claridad desde el comienzo. Como construcción narrativa, sin embargo, la novela comienza pronto a exhibir grietas amenazadoras. La tensión de la primera parte cede en las dos siguientes, y las acciones adquieren rumbos a veces difícilmente justificables -como en todo lo relativo a la historia de las conferencias nocturnas- que lanzan el relato a la deriva.

El mundo de Lo que callan los niños sabios está inspirado en los modelos narrativos del llamado "terror psicológico", sobre todo en sus versiones cinematográficas, y la visión del autor es, en efecto, más la de un cineasta que la de un narrador en prosa: el Cristo y las velas de la primera escena, el padre de espaldas asomado a la ventana, la silueta del señor Rictus proyectada en la pared y muchas otras imágenes esencialmente visuales -a las que se une la filmación de la entrevista con Rictus- delatan que la novela de Vital Citores es, sobre todo, obra de un guionista. Y podría ser un guión habilidoso, con su mezcla de estilos y modalidades genéricas, con su aprovechamiento de elementos diversos explotados por el cine, e incluso de motivos concretos, como el del ciego de cuya ceguera cabe dudar, en una historia sembrada de incertidumbres. Pero lo que las imágenes cinematográficas podrían tal vez sugerir o aclarar, aquí, en su versión escrita, deja en demasiada penumbra ciertos elementos esenciales de la historia. Lo que callan los niños sabios es una novela ambiciosa -propósito loable siempre-, pero fallida. Es evidente que nos encontramos ante un autor bien dotado para la narración, pero que anda aún tanteando soluciones nuevas, modelos impresivibles de relato, no sometidos a pautas de estirpe "realista". Se adivina con facilidad hacia dónde pretende encaminarse el escritor, pero le hará falta una mayor claridad narrativa para sostener debidamente ese entramado de rasgos oníricos, recuerdos de imágenes cinematográficas y contornos reales -como la topografía urbana de Zaragoza- que constituyen sus pertrechos como novelista.