Image: El desierto

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Novela

El desierto

Carlos Franz

23 junio, 2005 02:00

Carlos Franz. Foto: C.F.

Premio La Nacion y Sudamericana. Mondadori. Barcelona, 2005. 432 págs, 19’50 e.

El escritor chileno Carlos Franz nació en Ginebra en 1959, aunque cursó estudios de Derecho en la Universidad de Chile. Su periplo europeo, sin embargo, ha sido amplio: escritor residente por la ciudad de Berlín y profesor invitado en las universidades de Cambridge y Londres. Su obra literaria no es muy extensa, aunque no hay libro sin premio. Con Santiago Cero obtuvo el Latinoamericano de Novela cicla y El lugar donde estuvo el paraíso fue finalista del Planeta Argentina.

Es además autor de un libro de ensayo, La muralla enterrada, premio Municipal de Ensayo de Santiago de Chile. El desierto, su obra hasta hoy más extensa y ambiciosa, ha sido premio de novela La Nación-Sudamericana y nos llega avalada por las opiniones de dos ilustres miembros del jurado, Carlos Fuentes y Tomás Eloy Martínez. Debe entenderse, una vez más, como una novela sobre la recuperación de la memoria de los terribles años de la dictadura militar chilena. Su originalidad reside, al margen de su compleja trama, en el ámbito en el que se desarrolla, la población de Pampa Hundida, en un oasis del desierto de Atacama, donde se sitúan un campamento militar y un campo de concentración de prisioneros políticos, que serán fusilados o desaparecerán en la inmensidad de aquella llanura de salitre.

Puesto que cualquier novela utiliza recursos autobiográficos, la figura de Laura -la juez más joven de su promoción, protagonista y símbolo de la complejidad moral de una responsabilidad colectiva, en el choque entre dos generaciones: la suya y la de su hija, la fusión entre el crimen y la justicia-, describe paisajes, recuerdos o sensaciones que corresponden a la vida del autor. La utilización de los mitos locales, una venganza colectiva, saldarán un conflicto donde el escritor sitúa conflictos personales y sociales, entre la denuncia, la crónica y el análisis psicológico que rebusca en la culpa.

El desierto es obra de un narrador ambicioso, capaz de construir un relato amplio, rico en personajes, en situaciones, equilibrado en el afán de mantener la tensión, moralista, con cierto exceso de intelectualismo, un tanto desmesurado en su propósito de que la novela consiga contener y ejemplificarlo todo o casi todo. La voz que narra la historia será la de Mario, el ex marido de Laura, pero ella ofrecerá una amplia reconstrucción de los hechos que acaecieron en el pueblo, como se justifica en el apéndice, donde se ofrecen excesivas claves, cuando el pueblo ha sido casi abandonado y Mario resulta ser quien ha ordenado los materiales de la carta o confesión de Laura a su hija, expuesta en primera persona, en la voz de su ex mujer (técnicamente nada nuevo). Tampoco lo será la descripción de las relaciones entre el Mayor Mariano Cáceres Latorre y la juez. Su tortura planteará con crudeza la dependencia y las complejas relaciones de la víctima con su verdugo (algo que hemos contemplado ya, incluso, en el cine). No faltarán, asimismo, elementos folletinescos: de aquella tortura, violación y perversas relaciones sexuales, nacerá Claudia, la hija intransigente que condena la actitud profesional de su madre y le ordena romper silencios. El frustrado aborto por parte de una matrona local es una de las mejores escenas del libro por su intensidad y feroz realismo.

Tres tiempos, pues, se alternan en el relato: un presente postpinochetiano, cuando la juez regresa para hacer justicia; un pasado en el que se descubre que no hay verdades inocentes, que la conciencia de culpa debe lavarse colectivamente, y como contrapunto, la plácida estancia berlinesa de la juez convertida en autoridad universitaria durante años. En los años de la represión no hay salvación personal posible. Por ello, la justicia es incapaz de actuar, culpable ella misma como el resto de las instituciones del Estado. Sólo Boris Mamami, ya ex alcalde, será capaz de organizar la venganza colectiva contra el Mayor, quien sobrevive en la democracia deformado en lo físico.

La novela está llena de símbolos que pretenden trascender el realismo, de argumentaciones morales para huir de la mera denuncia o reportaje. Lo consigue. Tal vez, con pretensiones menos ambiciosas y restando páginas, se hubiera alcanzado la intensidad de la que carece en algunas zonas. Pese a ello, sin alardes estilísticos, con sobriedad expositiva, resulta una catarsis recomendable.