Image: El secreto del rey cautivo

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Novela

El secreto del rey cautivo

Antonio Gómez Rufo

30 junio, 2005 02:00

Antonio Gómez Rufo. Foto: Domenec Umbert

Premio de Novela Fernando Lara 2005. Planeta. Barcelona, 2005. 478 páginas, 21 euros

El secreto del rey cautivo reúne los requisitos necesarios para alcanzar cierto éxito comercial: es una novela con premio, se une a la moda de la narración histórica -sus acciones se sitúan en plena guerra de la independencia, durante la ocupación de España por las tropas napoleónicas- y se desarrolla según el modelo de una novela de aventuras con todas sus características, como los desplazamientos de lugar, los escenarios cambiantes, la exaltación de sentimientos y pasiones -la amistad, el patriotismo, los celos, etc.-, las acciones arriesgadas y peligrosas o la conversión de los personajes en héroes ejemplares.

No creo que haya sido propósito del autor escribir una obra trascendente o perdurable, sino un producto de entretenimiento con cierta dignidad literaria. Lo malo es que ha escogido un marco temporal y unos esquemas narrativos que cuentan con muy ilustres precedentes, y el lector de El secreto del rey cautivo puede sentir cómo a medida que avanza su lectura se incrementa su nostalgia: nostalgia de algunos de los Episodios de Galdós, o de novelas como El aprendiz de conspirador, El escuadrón del Brigante y otras más pertenecientes a las "Memorias de un hombre de acción", de Baroja, autores que ya transitaron con mejor fortuna por estos caminos de la España napoleónica y de las partidas de guerrilleros. Para instalarse narrativamente una vez más en esos tiempos y hacerlo con éxito sería necesario dotar de mayor intensidad a las historias, y crear personajes profundos que no respondieran a arquetipos tan previsibles como el capitán Zamorano o su ayudante Sartenes. Sería necesario, en suma, aventurarse por la senda de la exigencia literaria y el rechazo del tópico, como hizo con fortuna Luciano Egido en su novela El cuarzo rojo de Salamanca.

Pero Gómez Rufo, que no es Galdós ni Baroja -lo que no supone demérito alguno, claro está- tampoco se ha planteado demasiados problemas, y su novela discurre por el camino de la superficialidad, fácil de recorrer pero sin apenas relieves en el paisaje. Incluso en las ocasiones en que la prosa trata de remontar el vuelo por encima de su uso puramente funcional, los resultados incurren en la desmesura o la impropiedad: José Bonaparte se toma tiempo para "respirar hondo, enhebrar la aguja de la indignación y coser la decisión que había tomado" (pág. 293). En el mismo plano imaginativo, la reina María Luisa, que acompaña a Carlos IV, "se limitó a poner una mano sobre la suya, como si quisiera coserle el calor de su confianza" (pág. 65). El sofocante calor estival es "la ígnea desmesura del mediodía" (pág. 281). El rey José medita "intentando componer la verosimilitud de las palabras del mariscal" (pág. 379).

Junto a estos ingenuos retorcimientos expresivos hay construcciones del más manido lenguaje burocrático actual ("la estancia [...] había sido desvalijada prácticamente en su totalidad", pág. 454) o simplemente confusas. Cuando anochece "entre cielos rojos y ambarinos que tiznaban horizontes sangrientos" (pág. 114), es difícil dilucidar el sujeto de "tiznaban" (¿los horizontes? ¿Los cielos?). Otras veces se trata de errores en los usos preposicionales: el paisaje aparece "hiriente como una daga momentos antes del suicidio" (pág. 191). O de yerros en la correlación temporal: "Pero si le ocurriese algo [...] no se lo hubiese personado jamás" (pág 16, por "no se lo perdonaría"). También hay contradicciones, acaso producto de la precipitación. El narrador afirma que "los madrileños caminaban siempre junto a las fachadas en sombras, como si temiesen exponerse a la luz", para consignar unas líneas después: "Manolos y chulapas gustaban de conversar [...] arracimados a una farola o enquistados en medio de la calle" (pág. 332). En medio de un ataque francés con cañones y arcabuces, "llantos de niños y aullidos de madres rompían los silencios..." (pág. 15); ¿cómo saber con tanta precisión que se trata de aullidos "de madres"?). O bien: "Zamorano contempló despacio los rostros impasibles o curiosos que se refugiaban en la penumbra" (pág. 41; convendría saber en qué consiste un rostro "curioso" y cómo se identifica). La oscuridad de una taberna es "la negritud del fondo del local" (pág. 42). Es impensable que el 2 de mayo de 1808 el capitán Zamorano afirme que un patriota puede convertirse en "un guerrillero que realice acciones militares contra los ejércitos invasores" (pág. 93), cuando no han surgido aún los guerrilleros ni la palabra que los designa.

El lenguaje de El secreto del rey cautivo exhibe múltiples flaquezas, pero tampoco la historia ni los mecanismos narrativos llegan muy lejos. Es una obra demasiado cercana a los relatos de corte popular y a cierta literatura de quiosco que vivió hace medio siglo un par de décadas esplendorosas. Es perfectamente legítimo escribir y publicar historias de entretenimiento. (Lo de premiarlas es otra cuestión, que deciden en cada caso los jurados). Pero la literatura de verdad es otra cosa.


3 cuestiones a Gómez Rufo
-Asegura que siempre se escribe sobre la realidad. ¿También en este caso?
-ésta es una novela de aventuras en la España de la Guerra de la Independencia; pero también sobre el derecho de los pueblos a defenderse cuando son invadidos. Hoy hay muchos. Los madrileños del Dos de Mayo fueron llamados héroes y en Iraq hoy los patriotas son llamados terroristas.
-¿No teme la comparación con Galdós o Baroja?
-La literatura tiene su tiempo, su lenguaje y su perspectiva ideológica. Si temiésemos algo así, nunca escribiríamos.
-¿Qué aporta su José Bonaparte?
-Casi todo: es un personaje que ha sido injustamente maltratado por la historia oficial.