Novela

Pandora en el Congo

Albert Sánchez Piñol

1 diciembre, 2005 01:00

Albert Sánchez Piñol. Foto: S.L.

Traducción de Xavier Theros. Suma. Madrid, 2005. 423 páginas, 19 euros

La primera novela del catalán Albert Sánchez Piñol, La pell freda (editorial La Campana), en castellano La piel fría (Edhasa), fue una auténtica revelación. Irrumpía en la narrativa hispánica una voz completamente nueva, un contador de historias consumado que cultivaba un género marginal, el de terror, con una mirada distinta.

Fue un éxito fulgurante. Las impresiones se atropellaban. El libro se ha traducido a 29 idiomas y Sánchez Piñol ha alcanzado, con una novela llamada a seducir a un amplio público, un enorme prestigio como novelista. Vila-Matas dijo que la historia de La piel fría le perseguía, que era un libro magnífico. En esta novela dos hombres en una isla del Atlántico sur luchan por sobrevivir a la amenaza de unos monstruos marinos. Tienen prisionera a una hembra de esta raza repugnante, una especie de rana que gime, con la que acaban teniendo una relación terrible y pasional. La aventura se cebaba en la violencia, la matanza, el sexo, pero los trascendía. Sin cuestionar la verosimilitud de una situación fantástica, los lectores entendieron que allí se nos diseccionaba toda la raza humana y sus enigmas. El libro se convertía en un canto a la tolerancia, un retrato crudo de la xenofobia y una terrible metáfora del amor.

Se esperaba con interés la siguiente novela de Sánchez Piñol. Pandora en el Congo salió hace tres meses en su redacción original en catalán. Ha aparecido ahora en castellano y no ha defraudado. Muy alto estaba el listón, pero Sánchez Piñol ha sabido superar el salto mortal sin red y dejarnos literalmente boquiabiertos. En seguida volvemos a descubrir a un maestro de la exposición argumental. Thomas Thomson, un joven "medio escritor", recibe el encargo de un abogado, Norton, de escribir la historia de un presidiario, acusado del asesinato de los hermanos Craver en el Congo. Sesenta años después, Thomson nos cuenta toda la historia, de modo que la aventura en el Congo, ocurrida antes de 1914, se nos relata con puntuales interrupciones: en momentos Thomson nos comenta sus entrevistas con el reo, Marcus Garvey, o su participación en la Gran Guerra, en una inteligente suspensión de la intriga africana. Los hermanos Craver van al Congo en busca de oro y diamantes, y en la recóndita selva, bajo la mina que excavan los explotados negros, surge la amenaza de lo desconocido, el ataque de "los tecton", un pueblo que habita las entrañas de la tierra. La espera de los movimientos de este pueblo y la lucha de los humanos contra ellos ocupa gran parte del relato, un modelo de literatura de acción, magistralmente explotada en un escenario reducido y asfixiante. Como en La piel fría, aparece un personaje femenino, Amgam, de físico repelente, que implica al protagonista Garvey en una aventura emocional. Parece en principio que vamos a encontrar una historia conocida, la misma fórmula que funcionó tan bien en La piel fría. Pero no. Sánchez Piñol nos desconcierta, nos engaña. Nos da más. "Ahora nos lo permitiremos todo", dice Thomson, cuando empieza el libro. Mientras estamos en el calvero de la selva congoleña, creemos que nos están contando una historia de terror. En otro momento, nos preguntamos si no será la del "flirteo entre un gitano medio cojo (Garvey) y una mujer lechosa y fea". Cuando Thomsom acaba de escribir su libro, en 1918, y descubre toda la verdad, pensamos que es una novela negra, una genial crítica intemporal al sistema social, a la justicia, al periodismo, una lección moral: la realidad es tan viscosa, tan resbaladiza como esas criaturas del averno, de piel caliente y blanca que emergieron en el Congo.

Al final, cuando sabemos que no sólo hemos leído una historia entre el horror y el amor, ni siquiera sobre el amor de Garvey o Thomsom por Amgam, la mujer "tecton"; cuando hasta se nos ocurre que esta es la historia de amor entre un joven escritor y una tortuga con caparazón de madera, la mascota de la pensión de Londres donde vive, llegamos a la última línea y nos maravillamos de cerrar el libro con una certeza inusual, la de haber sido azotados por el poder de la mejor literatura.