Novela

Y de repente, un ángel

Jaime Bayly

8 diciembre, 2005 01:00

Jaime Bayly. Foto: Santi Cogolludo

Finalista Premio Planeta. Planeta. Barcelona, 2005. 248 pÁginas. 20 euros

El escritor peruano Jaime Bayly (nacido en 1965) es sin duda uno de los valores hispanoamericanos que merecía ser seguido con atención.

Y de repente, un ángel, finalista del Planeta, sin embargo, no pasa de ser una novela harto mediocre, donde se adivina el ingenio más que el talento, porque su autor se ha sometido a la disciplina de una trama absurda, con personajes escasamente convincentes y situaciones que bordean el ridículo. Bayly ha publicado ocho novelas más. Este exceso de producción puede haber debilitado su capacidad crítica, porque el tema, de haberlo, mejor hubiera podido abordarse sin renunciar ni al sentido del humor, ni a algunos diálogos que muestran la capacidad de su autor por convertir el habla popular en experiencia literaria. Su trama paralelística carece de consistencia.

Un escritor de 45 años y escaso éxito comercial ha elegido la vida solitaria. Mantiene, sin embargo, relaciones amorosas con Andrea, dueña de una librería. Pero Andrea está harta del desorden y suciedad en los que vive el escritor, quien se verá obligado a reclutar a una mujer que le dejará el antro convertido en patena. Las relaciones con Andrea se ofrecen esquemáticamente. Practican el sexo por teléfono y ella le aconsejará hacer las paces con su familia, porque el escritor lleva diez años sin visitar a sus padres. Desde luego, este padre resulta una joya puesto que su hija no sólo puede acusarle casi de ladrón, sino también de violador. Pero la trama argumental de la novela se inspira en la mujer de la limpieza que había contratado. Mercedes fue vendida, a los 9 ó 10 años, por su madre. El escritor indaga hasta dar con el paradero de su madre y emprende un incómodo viaje hasta la sierra para acompañar a una mujer primitiva, que pasó cuarenta años al servicio de la familia que la compró a su madre, cuando él no mantiene relación alguna con los suyos. Pero Mercedes elegirá permanecer en su pueblo cuidando de su madre "loquita" a regresar a la capital aconsejándole que haga las paces con sus padres. Cuando les llama por teléfono, el padre está a punto de morir de cáncer de pulmón y tras una tempestuosa visita, puede reconciliarse con él. En definitiva, parece concluir Bayly, uno y otro no eran tan distintos.

Dostoievski había elaborado excelentes novelas sobre esquemas folletinescos. Pero Bayly, además de no ser Dostoievski, no justifica nada. Todo parece definirse en contrastes: entre los barrios de Lima, el de la capital con la aldea donde impera la miseria, el paisaje desértico, el ambiente familiar de su niñez. ¿Busca conducir a una reflexión más sentimental que moral en el discurso fúnebre: "-Fui un mal hijo. Fui arrogante. [...] Por eso, ante tu tumba, te pido perdón. Y te digo lo último que alcancé a decirte antes de que te fueras: Te quiero"-. Para llegar a este punto no hacía falta recorrer semejante camino repleto de tópicos, de frases más o menos ingeniosas, cuyo único valor nace en la captación del habla popular. Las rarezas del protagonista poseen escaso interés y la figura de Mercedes, símbolo de la pureza de la analfabeta, esclava de sus señores, que duerme en el suelo, no se justifica como mera excusa para narrarnos una historia, apresurada literariamente como novela, de justificación o, tal vez, de retorno del protagonista, más bueno que el pan, al ambiente del que procedía. No convencerá a nadie.