Image: El gran Felton

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Novela

El gran Felton

Joaquín Pérez Azaustre

26 enero, 2006 01:00

Joaquín Pérez Azaustre. Foto: Mercedes Rodríguez

Seix Barral. Barcelona, 2005. 442 páginas, 20 euros

Desde 2001, cuando este joven escritor cordobés irrumpió en la vida literaria con el libro de relatos Carta a Isadora y con el poemario Una interpretación, que le había valido el premio Adonais, Pérez Azaústre no se ha dormido en los laureles.

Ha publicado un volumen de artículos, un nuevo libro de poemas, algún ensayo, algún relato más y una novela larga -América, 2004- de la que procede en parte El gran Felton, puesto que en ella nacía el personaje de Robert Felton, cuya sombra se proyecta sobre la historia de esta nueva novela y condiciona decisivamente su desarrollo. Como en América, Pérez Azaústre vuelve al mundo de algunos escritores de la "generación perdida" que sin duda lo fascinan, como Scott Fitzgerald o Hemingway, y convierte su obra, su estilo y sus relaciones en motivos esenciales de la historia.

El gran Felton -título que evoca intencionadamente el de la novela más famosa de Fitzgerald- es una obra literaria sobre la literatura. El narrador es un escritor joven, y todas las peripecias giran en torno a un posible misterio, basado en la hipótesis de que Scott Fitzgerald no murió en 1940, sino que continuó viviendo, acaso bajo la identidad de Richard Yates, y dejó escrito, pero oculto, el final de su novela inacabada The Last Tycoon. Ciertos elementos truculentos introducen pronto la indagación en los cánones de la novela de misterio, porque sin ellos estaríamos ante un simple remedo de cualquier investigación histórica o literaria que a menudo se enfrenta a graves enigmas del pasado. Bastará recordar las hipótesis, conjeturas e investigaciones acerca del autor del Viaje de Turquía, o de la personalidad del Avellaneda que urdió el falso Quijote, o bien las recientes aportaciones de Rosa Navarro sobre la autoría del Lazarillo de Tormes. Y añádase, para saltar al terreno estricto de la historia, cualquiera de los libros de Herbert Rutledge Southworth (como El mito de la cruzada de Franco, y otros) encaminados a deshacer las falsificaciones de la historia oficial analizando las contradicciones entre los testimonios, casi como en un proceso judicial. Lo que separa El gran Felton de estas obras es el carácter ficcional de la historia básica, porque, si hubo un Avellaneda real -aunque no se llamase así- y un autor del Lazarillo, no existió esa supervivencia de Scott Fitzgerald transformado en otro gracias a la cirugía estética.

La historia relatada por Juan está explícitamente dirigida a unos lectores, como sugieren ciertas fórmulas apelativas del narrador: "Como se pueden imaginar..." (p. 142), "imaginen a un hombre..." (p. 232), "no crean que las setas..." (p. 304), etc. El discurso propio se mezcla con numerosos discursos reproducidos, algunos de los cuales, como los de Bruno o Laura King, desvelan partes sustanciales de la historia, y también con textos de distinta naturaleza -cartas, crónicas periodísticas, un delirio alucinatorio, semblanzas como la de Hemingway (pp. 232-242), una breve historia de la cirugía plástica desde la Antigöedad-, todo lo cual proporciona al texto un carácter polifónico y multiplica las perspectivas narrativas. Los excursos numerosos referidos a Faulkner, Hammett, Cheever, Hemingway, Chandler y otros autores impregnan la novela de literatura, aunque a veces se muestran como adherencias innecesarias, salvo para lectores pertenecientes a la estirpe de los "lletraferits". Por otra parte, el enigmático Roberto Lara es un personaje de novela negra, y multitud de escenas están compuestas a través del filtro de películas y obras narrativas norteamericanas. Salvo en muy pocos casos -en los personajes del narrador, de su amigo Pablo o de Luz-, la vida que palpita en estas páginas es de segundo grado.

Pérez Azaústre es un buen escritor, capaz de urdir tramas complejas y de construirlas con eficacia, como sucede sobre todo en la segunda mitad de El gran Felton. Pero deberá buscar otros asuntos y acaso -pido perdón por la impertinente trivialidad- vivir más, con todo lo que ello implica. Y no abandonar la vigilancia de una prosa que, cuidadosa por lo general, mantiene tics rechazables, como el constante uso erróneo de "a tenor de" por "según, a juzgar por" (pp. 27, 42, 47, 87, 108, 247, etc.) y de "impávido" por "impasible, imperturbable" (pp. 193, 203, 209, 255, etc.), o bien de ciertos deslices como "me digno a ir" (p. 261) o "las miles de puntadas" (p. 359). Nada que no pueda corregirse con facilidad.