Novela

El clítoris de Camille

Diego Medrano

2 febrero, 2006 01:00

Diego Medrano. Foto: S.B.

Seix Barral. Barcelona, 2006. 368 páginas. 19 euros

Un libro de poemas, un volumen de correspondencia y un inminente tomo de diarios constituyen hasta ahora la obra de Diego Medrano (Oviedo, 1978).

El clítoris de Camille es, por el momento, una primera novela, y en ella ha querido volcar el autor una mezcla heterogénea de elementos diversos: pensamientos, recuerdos literarios, pequeños experimentos metanarrativos, poemas, citas y hasta tímidos juegos gráficos y ciertas onomatopeyas concebidas más para la vista que para el oído. Y, como padre de esta primera criatura que lanza al mundo, no ha querido dejarla ir sin protección, y ha enmarcado la novela entre una "dvertencia para distraídos" al comienzo y un epílogo donde el autor habla de su personaje y explica el sentido de su obra y las razones de su contextura formal.

En estas páginas se nos hace saber que El clítoris de Camille trata "de los abundantes períodos de crisis en la vida del artista, pues el protagonista de mi novela no elude su condición de artista". La obra es "el monólogo de un enfermo dentro de un subrayado sentimiento amoroso" -lo que permite al autor inscribirse en la línea de una serie de novelas de Thomas Mann, Faulkner, Cocteau, Burguess y Cela-, y señala como uno de los "ilares constructivos" de la obra su "rigurosa técnica compositiva". Hace ver también que se trata de "un monólogo interior, descriptivo en ocasiones, introspectivo en otras", y que la "atmósfera de aparente dislexia, caos, desorden, escritura automática" del texto traduce "la propia mente del personaje".

Tantas muletas para reforzar los primeros pasos de una obra resultan excesivas, sobre todo porque reflejan la "intentio auctoris" -muy respetable, sin duda-, cuando lo que el lector debe juzgar son los resultados. Y los resultados no están a la altura de los propósitos. La historia de un breve episodio amoroso entre Dante Cornellius y Camille se resuelve, en efecto, en una multiplicación de fragmentos cuya ordenación podría ser otra sin que nada esencial se alterase, y que sirven para embutir impresiones sobre el amor, juicios sobre la creación artística y recuerdos literarios, referidos sobre todo a cierto tipo de escritores "malditos" o a represen- tantes del surrealismo y sus derivaciones, todo ello mezclado con un despliegue imaginativo inclinado a lo escatológico y excrementicio. Los nombres de Baudelaire, Queneau, Rimbaud, Cirlot, Wilde, Michaux, Ory, Lautréamont, Kafka y muchos más, que parecen formar la burbuja literaria en que vive y respira Dante Cornellius, acuden incesantemente a las páginas de la novela para ser glosados, citados, puestos como ejemplo, enjuiciados. Independientemente de la originalidad de algunas ideas, de la perspicacia con que se valoran ciertas obras, incluso de la evidente capacidad del autor para el manejar el humor descoyuntado y la parodia -como se advierte en el diálogo entre Dante y su madre-, lo cierto es que El clítoris de Camille no pasa de ser, como relato, un conjunto de secuencias predominantemente discursivas y un tanto desflecadas, más cercano al autorretrato fragmentario y surrealista que a la organización novelesca propiamente dicha.

Paro habría hecho falta, para mantener esta "historia sin historia", una prosa más rotunda e innovadora, más imaginativa y sorprendente -como la que ostentan algunos de los escritores que Medrano, por medio de Dante, cita con admiración-, con menos caídas en usos mortecinos o abiertamente rechazables, que hacen caer a veces el discurso a niveles elementalísimos: "cerca mío" (pág. 27), "encima suyo" (pág. 31), "pasa delante suyo" (pág. 83), "lugares tan propicios como otros cualquiera" (pág. 59), "climatología" (pág. 87, por "clima, tiempo atmosférico"), "mi raro más preferido" (pág. 45), "se avalancha contra mí" (pág. 181), "sentencia"(pág. 130, con el sentido inglés de "frase, enunciado"). O bien se hacen afirmaciones problemáticas: "llevándome los dedos al olfato" (pág. 286, ¿es posible?); "las campanadas [...] decían que eran las diez en punto de la noche" (pág. 39; ¿distinguen las campanadas entre noche y día?). Demasiados descuidos.