Novela

La segunda mujer

Luisa Castro

2 marzo, 2006 01:00

Luisa Castro. Foto: Domenech Umbert

Premio Biblioteca Breve. Seix Barral, 2006. 217 páginas, 17 euros

Se tiene la impresión de que Luisa Castro puede ser un caso más dentro del elenco de autores que, tras cultivar durante sus primeras etapas la poesía, van abandonándola poco a poco para internarse por el complejo camino de la novela. La segunda mujer narra el deslumbramiento de una joven escritora ante un maduro profesor, sus años de convivencia, mantenidos por ella a pesar de las diferencias entre ambos, y la ruptura final.

No es una historia nueva en la literatura narrativa. Lo que a la autora le ha interesado es analizar un proceso sentimental y ahondar en el trasfondo psicológico de los hechos. Y en este punto reside el meollo de la novela. Julia Varela se enamora de tal manera de Gaspar Ferré, llega con él a tales extremos de sumisión, a tantas humillaciones que no despiertan en ella la reacción previsible, que el lector debe explicarse cómo Julia, mujer culta, independiente, autora de algunos libros, acostumbrada a bregar por su cuenta y treinta años más joven que su amante, soporta los desdenes hirientes, la intromisión en la vida del matrimonio de familiares y antiguas amantes, el autoritarismo y las múltiples formas de violencia a que el maduro enamorado la somete. Sólo un amor intenso, un amour fou enceguecido, podría hacer creíbles muchas situaciones. El lector esperaría un análisis pormenorizado de esa atracción que hunde a Julia en el abismo, pero, salvo en ciertos detalles de las relaciones físicas y en algunas superficiales muestras de comportamiento galante por parte de Gaspar, no encuentra motivos suficientes para explicar la supeditación femenina. Menos aún cuando descubre que Julia, al reflexionar acerca de los motivos de su alineación afectiva, declara que ama a Gaspar "por su bondad" (p. 263). El buceo psicológico, esencial en el planteamiento de la novela, es a todas luces insuficiente.

Es lógico que un autor hable de sentimientos o sensaciones que formen parte de su experiencia del mundo. Pero ese fondo personal que reside en el interior de cada obra no la convierte automáticamente en autobiográfica. La capacidad inventiva del autor transforma los hechos de tal modo que el resultado es una ficción, aunque encierre algunas experiencias vividas. El árbol de la ciencia o Nada se nutren copiosamente de vivencias reales, pero, en el conjunto, los ingredientes autobiográficos son mínimos. En La segunda mujer hubiera sido necesaria una transformación mayor de la historia real conocida, porque una cosa es novelar sobre sentimientos propios y otra componer una crónica, incluso de hechos minúsculos. Se podría aplicar a La segunda mujer lo que el narrador comenta cuando Frederic ojea a escondidas la novela que Julia está escribiendo: "Todo era demasiado real" (p. 101). El personaje femenino podría, por ejemplo, no haber sido una joven escritora gallega que colabora en algunos periódicos, pasa una temporada en Nueva York y se enamora de un hombre treinta años mayor que ella. A su vez, éste podría no haber sido un catedrático catalán, influyente en ciertos medios sociales y repleto de rasgos que lo hacen fácilmente identificable. Se está poniendo de moda cierto tipo de novela que es casi transcripción de hechos reales y que a menudo, por motivos mercantiles, cae en la tentación de narrar los episodios más escandalosos de una vida. No es éste el caso de La segunda mujer, pero sería decepcionante que una escritora con tantas cualidades como Luisa Castro se dejase arrastrar por esa corriente. Porque es una buena escritora, como se manifiesta en algunos análisis de estados de ánimo de Julia y, sobre todo, en los tensos diálogos que jalonan la crisis final de la pareja (aunque se equivoca cuando intercala alguna escena, como la improcedente conversación entre Montse y Gaspar, pp. 255-257). Y le haría falta eliminar expresiones inertes y estereotipadas, como "pisos de alto standing" (p. 198) o "tenía aparcada su segunda novela" (p. 198), así como corregir deslices graves: "puso punto y final" (p. 130), "ángeles de la guardia" (p. 133), "no se dignaba a contestar" (p. 134), y hasta gravísimos: "Su padre se casaba por lo civil, con Frederic de cuerpo presente" (p. 213), cuando lo que se quiere decir es que Frederic asistió a la boda, no que estuviera muerto.