La segunda mujer
Luisa Castro
2 marzo, 2006 01:00Luisa Castro. Foto: Domenech Umbert
Se tiene la impresión de que Luisa Castro puede ser un caso más dentro del elenco de autores que, tras cultivar durante sus primeras etapas la poesía, van abandonándola poco a poco para internarse por el complejo camino de la novela. La segunda mujer narra el deslumbramiento de una joven escritora ante un maduro profesor, sus años de convivencia, mantenidos por ella a pesar de las diferencias entre ambos, y la ruptura final.
Es lógico que un autor hable de sentimientos o sensaciones que formen parte de su experiencia del mundo. Pero ese fondo personal que reside en el interior de cada obra no la convierte automáticamente en autobiográfica. La capacidad inventiva del autor transforma los hechos de tal modo que el resultado es una ficción, aunque encierre algunas experiencias vividas. El árbol de la ciencia o Nada se nutren copiosamente de vivencias reales, pero, en el conjunto, los ingredientes autobiográficos son mínimos. En La segunda mujer hubiera sido necesaria una transformación mayor de la historia real conocida, porque una cosa es novelar sobre sentimientos propios y otra componer una crónica, incluso de hechos minúsculos. Se podría aplicar a La segunda mujer lo que el narrador comenta cuando Frederic ojea a escondidas la novela que Julia está escribiendo: "Todo era demasiado real" (p. 101). El personaje femenino podría, por ejemplo, no haber sido una joven escritora gallega que colabora en algunos periódicos, pasa una temporada en Nueva York y se enamora de un hombre treinta años mayor que ella. A su vez, éste podría no haber sido un catedrático catalán, influyente en ciertos medios sociales y repleto de rasgos que lo hacen fácilmente identificable. Se está poniendo de moda cierto tipo de novela que es casi transcripción de hechos reales y que a menudo, por motivos mercantiles, cae en la tentación de narrar los episodios más escandalosos de una vida. No es éste el caso de La segunda mujer, pero sería decepcionante que una escritora con tantas cualidades como Luisa Castro se dejase arrastrar por esa corriente. Porque es una buena escritora, como se manifiesta en algunos análisis de estados de ánimo de Julia y, sobre todo, en los tensos diálogos que jalonan la crisis final de la pareja (aunque se equivoca cuando intercala alguna escena, como la improcedente conversación entre Montse y Gaspar, pp. 255-257). Y le haría falta eliminar expresiones inertes y estereotipadas, como "pisos de alto standing" (p. 198) o "tenía aparcada su segunda novela" (p. 198), así como corregir deslices graves: "puso punto y final" (p. 130), "ángeles de la guardia" (p. 133), "no se dignaba a contestar" (p. 134), y hasta gravísimos: "Su padre se casaba por lo civil, con Frederic de cuerpo presente" (p. 213), cuando lo que se quiere decir es que Frederic asistió a la boda, no que estuviera muerto.