Mauricio o las elecciones primarias
Eduardo Mendoza
6 abril, 2006 02:00Eduardo Mendoza. Foto: Julian Martin
Sin abandonar el humor o los efectos paródicos que caracterizaron otras obras anteriores, Mendoza nos ofrece en Mauricio o las elecciones primarias una novela que podríamos calificar de tesis, narrada de forma tradicional, siguiendo esquemas y efectos de la decimonónica: el análisis psicológico, el perspectivismo, incluso la sentimentalidad.
A Mauricio, los socialistas del PSC le piden que les apoye en la campaña autonómica. Pero Clotilde es lúcida al respecto: "El partido socialista es el partido de los fracasados y los zascandiles como nosotros. Primero quisimos hacer la revolución y al final nos hemos quedado con el estado del bienestar", le advierte, aunque le vote. Sin abandonar su profesión, Mauricio se sentirá en la obligación de "hacer algo". Interviene en algunos mítines, donde conocerá a mosén Serapio, un ex cura obrero, alcoholizado ya, al que observaremos en un proceso de degradación que coincide con el de los ideales. Clotilde es como la Teresa de Marsé, pero más compleja, más feminista y radical, lúcida, aunque dubitativa ante la vida y con el objetivo de afirmarse en un corrupto y caricaturizado mundo de negocios y juzgados.
"La Porritos" pasa a convertirse en símbolo "de una ilusión perdida". Mauricio la conoció cuando cantó en un mitin. El protagonista describe la actitud del caos reinante en la sede del partido ante las elecciones, la inexperiencia de casi todos, el escepticismo de muchos sobre la efectividad de aquellos actos en los barrios periféricos. Pero de la confusión nacerá una relación amorosa con aquella mujer sin apenas cultura, que contrasta con la racionalidad de Clotilde. Observaremos cómo el "aparato" del partido acabará en la Administración.
Los efectos dramáticos de la novela -e incluso sentimentales- se resuelven de forma excelente en las escenas de grupo: la descripción de la fiesta de la boda de su amigo Fontán, así como la despedida de soltero, son narraciones de costumbres en las que brilla el peculiar sentido del humor negro del mejor Mendoza. Del mismo modo, sus análisis reflejan la lucidez. Otros aciertos observamos desde la perspectiva de Clotilde, más lúcida, implacable, aunque también vencida por la sentimentalidad. El cruce de perspectivas es excelente y no sólo alcanza a los individuos, sino a la evolución del país (págs. 293-7). El antifranquismo no dejó de ser el producto de una mala conciencia burguesa, que definió ya Gil de Biedma y su grupo y, con anterioridad, Brecht, aunque también los sentimientos amorosos y el sexo en nuevas formas y tiempos atribuidos a diversos personajes. En ocasiones, Mendoza aplica el estilo de la narración decimonónica. ¿Narrador omnisciente? ¿Un nunca declarado observador? El espacio, la Barcelona preolímpica, nos sitúa ante una novela histórica. No es extraño que surjan los protagonistas de entonces, desde Obiols a Cruyff. Sin embargo, el espacio moral resultará determinante. Subyace en el relato un radical pesimismo tratado con la benevolencia de la nostalgia. El escenario de Tel Aviv, un paréntesis de Mauricio y Clotilde, gracias a un primo judío, permite también el ensayo político sobre la situación palestino-israelí. Tras su aparente sencillez, esta novela encierra, como una muñeca rusa, múltiples y atractivas sorpresas.