Novela

Entre dos palacios

Naguib Mahfuz

13 abril, 2006 02:00

Naguib Mahfuz

Traducción de Eulalia Gálvez. Ed. Martínez Roca, 2006. 448 páginas, 19 euros

El arte de Naguib Mahfuz (El Cairo, 1911) se asemeja al de Gabriel García Márquez, ambos practican un estilo narrativo sencillo, que cala hondo en la condición humana. No asumen de antemano maldad ni bondad alguna en sus personajes, tampoco tienen prisa por sorprendernos con un giro del argumento.

Los sucesos ocurren como en la vida, inesperadamente, y, a veces, se presentan arracimados, en otras ocasiones solos, pero siempre nos confrontan con la cruda realidad de vidas en que el destino acaba ganando la partida. Mahfuz ofrece asimismo un profundo mensaje temático y una lección sobre para qué sirve una novela. Muestra, por un lado, que las afirmaciones extremadas de identidad individual suelen ser un síntoma de que la persona existe aprisionada, en vez de una manifes- tación de su independencia. Los musulmanes, o cristianos, o los nacionalistas, que insisten en afirmar sus orígenes, ritos y rituales, son prisioneros de ellos, y viven encarcelados en la estrechez de sus creencias. El texto, por otro lado, induce al lector de una manera sutil a emanciparse de la tutela de los prejuicios humanos.

Esta novela, primer tomo de una trilogía, fue publicada originalmente en 1956. Cuenta la historia de la familia Abd el-Gawwad entre los años 1917 y 1919 en la ciudad de El Cairo, presidida por la figura tiránica del padre, con la madre custodiando en la sombra a las dos hijas y los tres varones del matrimonio. A lo largo de las páginas se enlazan historias de amor, repletas de traiciones, de deseos ocultos y de alegrías, situadas en un espacio cultural musulmán, en un Egipto ocupado por los ingleses, donde soplan aires de independencia. El lector percibe desde la página inicial la diferencia entre este mundo egipcio con el occidental, aunque reconoce sin tardanza el parecido de los lazos humanos.

El padre Ahmad Abd el-Gawwad, propietario de una tienda de comestibles, vive acomodadamente, atendido por su esposa Amina, que nunca puede abandonar la casa, y si lo hace será acompañada por el marido y en coche. A las dos hijas les espera un futuro semejante. Los hombres disfrutan, en cambio, de todos los privilegios y libertades. El hijo pequeño, Yamal, puede caminar solo por las calles. Un día, al pasar por delante del establecimiento del padre, se sorprende, porque lo ve sonriendo, mientras en casa su rostro permanece siempre severo. Esta doblez de carácter la confirma el hijo mayor; un día sorprende al padre en una casa alegre, medio desnudo, cantando y bebiendo. Descubre igualmente que Ahmad lleva una doble vida. Se explica incluso que su madre, la primera mujer de Ahmad, probablemente se había divorciado de él, porque no aguantaba la vida encerrada. Yamín se casará y seguirá los pasos del progenitor, aunque un día la mujer lo encuentra con una criada y lo abandona.

Leyendo la obra uno comprende mejor cómo es la vida en una sociedad musulmana, donde las bondades y defectos de los personajes son iguales a los nuestros, aunque en el fondo persiste una creencia, desaparecida mayoritariamente en la sociedad española actual, laica a todas luces, de que Dios dirige nuestros destinos. Hay algo reconfortante en pensar que hay un ser supremo que en todo momento decidirá lo mejor para el hombre. Por ejemplo, al final ocurre una tragedia en la familia, cuando Fahmi, el hijo más inteligente muere asesinado durante una manifestación por el tiro de un soldado inglés. El dolor de los padres es enorme, pero el consuelo de que ahora vive en verdad feliz y recompensado en el cielo ofrece ese aire naive y grave a la vez vez, que descubrimos con frecuencia en quienes poseen una fe incontrastable en el destino ultaterreno del hombre.

El libro ofrece un rico contenido, el más evidente resulta el estupendo retrato de una sociedad musulmana. Como ficción gustará a los lectores amantes de largas distancias, de historias contadas al estilo tradicional, con verdadero y original arte de narrar; de hecho, la novela supone un gran rosario de historias, que el narrador desgrana una a una, con la paciencia de un anciano relator de cuentos.