Novela

El hijo de Gutenberg

Borja Delclaux

25 mayo, 2006 02:00

Lengua de Trapo, 2006. 224 páginas, 17’50 euros

Confiesan quienes dirigen la editorial Lengua de Trapo que Picatostes y otros textos, de Borja Delclaux, inauguró en 1995 el sentido que quisieron darle a su proyecto editorial. Fue un libro inclasificable que daba carta de presentación a un autor del todo independiente a quien no tardaron en emparentar con la familia de quienes cultivaron el humor, la metáfora insólita, la creación surrealista.

En fin, ¡un hallazgo! Pero no se prodigó demasiado, y ahora esa extraña forma del orden que es la casualidad hace coincidir este nuevo título y la noticia de su muerte. Una pérdida. Porque si aquel primer libro trajo el recuerdo de los grandes de la literatura del texto escurridizo y breve, del aforismo escrito con inteligencia e ironía, este último nos invita al juego y a la paradoja existencial, nos lleva por la geografía de lo trascendente burlando la trascendencia, nos habla de la soledad humana sin mencionarla siquiera… con un sentido del humor, de la palabra y de la realidad hondo y personal.

El hijo de Gutenberg es el resultado de mucho tiempo. Cuenta el encuentro inesperado entre dos individuos -Vargas y Bruno, el uno administrador de fincas, el otro propietario de una gestoría- que sólo se habían visto en medio de la rutina del trabajo. Ahora, para sorpresa de ambos, cambian el escenario y las circunstancias. "Vargas" está dentro del taller de linotipista heredado de su padre. Frente a su ventana cree ver a Bruno, agachado, contemplando las "zapatillas" expuestas en su "escaparate". A partir de ese momento cada uno construye su relato mientras el autor deconstruye la historia que leemos.

Bruno toma la palabra para consignar los quiebros y circunvalaciones de su vida hasta justificar con delirantes declaraciones su condición de experto en "pantuflas". Por su parte Vargas nunca habría imaginado que el taller de su padre, y las esculturas que lo presiden -"el señor Guten y la señora Berg"- expresarían la síntesis de los valores y maneras de la ética dadaísta. Ni que su local se convertiría en sala de exposiciones para la celebración de la muerte de "dadá" en un evento al que asistirían toda clase de personalidades estrafalarias en un encuentro antológico, disparatado y genial. Esa fórmula no impide trascender la lógica de una narración que pone voz a sus sujetos y sus objetos, para hablar, por ejemplo, de que el mundo está lleno de gente que se conoce y no se mira. Si no "pasen y vean".