Novela

El aire de un fantasma

Juan Carlos Arce

13 julio, 2006 02:00

Juan Carlos Arce

Planeta. Barcelona, 2006. 220 páginas., 20 euros

Hay en las novelas de J. C. Arce (Albacete, 1958) una presencia cultural que impregna el marco histórico de sus relatos construidos con ingenio en su planteamiento y habilidad en su desarrollo. Estas cualidades aparecen en su recreación del mundo de La Celestina en su primera novela, Melibea no quiere ser mujer (1991), y se intensifican en El aire de un fantasma, sexta y última de sus novelas. En ella se combinan ingredientes de novela histórica y de relato de intriga y misterio con otros elementos propios de novela de época, finisecular, tanto en la revisión de los años previos al desastre del 98 como en su recreación del ambiente bohemio entre los artistas de Montmartre en el mismo período.

La novela está sustentada en dos personajes concebidos como soportes y nexos que relacionan diferentes aspectos, espacios y ambientes en una trama bien diseñada y unificada en sus materiales diversos. En Burdeos el cónsul Pereyra descubre la tumba de Goya y se desvela por devolver sus restos a España, donde se agotan veinte años en no hacer nada práctico para recibirlos. En París el abnegado cónsul tiene un sobrino que malgasta sus dineros en la bohemia de Montmartre tras la quimera de una vocación artística que su tío le inculcó. Un narrador omnisciente cuenta en tercera persona lo que sucede alternando su atención a los diferentes perso-
najes y lugares. Así se va completando, con frecuentes elipsis, una historia múltiple que informa de los misterios encerrados en la tumba de Goya, decapitado por intereses científicos para investigar en el cerebro del genial pintor, y que cuenta los avatares, retrasos y decepciones experimentados con motivo de su traslado a Madrid. Mientras, por el otro lado, el sobrino calavera focaliza la narración en el ambiente de la bohemia nocturna de Montmartre, entre 1884 y los comienzos del siglo XX.

En ambos planos de la novela el autor ha logrado muchas páginas emotivas y desgarradas, siempre conmovedoras, unas por las pasiones derramadas en el amor al arte, a la vida y a los placeres, otras por la íntima decepción del cónsul español ante el anquilosamiento de su patria y por el angustioso desgarrón de tantos pintores postimpresionistas cubiertos de fracaso y hambre de gloria. Son memorables las páginas reveladoras del dolor del cónsul por los males de su país, al final tamizadas ya por el humor. Algunas referidas al engaño y la postración de la España finisecular nos devuelven a las más ácidas de El árbol de la ciencia de Baroja. Tal vez sean éstas las más previsibles, por ya leídas, pero no por ello pierden autenticidad y dolorido sentir. Porque, además, el autor ha explotado con pleno sentido el contraste entre lo que no se mueve en Madrid, donde sólo los gobiernos cambian para que todo siga igual, y el progreso de París en el proceso de construcción de la modernidad simbolizada en la Basílica del Sacré Coeur y la Torre Eiffel. En cuanto a los capítulos dedicados a la bohemia "brillante, hambrienta y nocturna" de Montmartre, poblado de pintores, prostitutas y borrachos, resultan conmovedoras las páginas centradas en Gauguin y su huida de sí mismo, en Van Gogh y su ansia y locura suicida por pintar, en Toulouse Lautrec y su ruina humana entre putas, alcohol y pintura.

El aire de un fantasma es una novela muy interesante que nos da más de lo que promete. Con motivo del hallazgo y azaroso traslado de los restos de Goya a Madrid, el relato se va completando como novela de intriga y misterio. Pero a la vez desarrolla una lúcida revisión del anquilosamiento de España en tiempos que llevan al desastre del 98 y también el canto de cisne de una época de "luces de bohemia" en que algunos artistas geniales astillaron sus mejores años contra la pobreza, el alcohol y el sexo en busca de la imposible felicidad, entre el fracaso y el éxito en favor de la pintura moderna.