Novela

Desvarío amoroso

Wilhelm Genazino

27 julio, 2006 02:00

Wilhelm Genazino. Foto: Archivo

Traducción de Carmen Gauger. Galaxia. Barcelona, 2006. 216 págs, 15 euros

Genazino (1943), Brigitte Kronauer, Wolgang Hilbig y otros forman parte de la generación de narradores alemanes responsables del renacimiento de una ficción centrada en la vida cotidiana y que trata de no alejarse de las experiencias presumibles en sus lectores. Varios novelistas jóvenes de talento, como Annete Pehnt (1967), les siguen en esta línea narrativa, donde la claridad expresiva y argumental aparece como una meta deseable.

Wilhelm Genazino (Manheim, Alemania, 1943) lleva años publicando novelas que, variando el escenario, recuerdan las de los norteamericanos Paul Auster o Philip Roth. De hecho, la novela presente se asemeja en muchos aspectos a la última de Philip Roth, Everyman (Elegía). El aire de familia proviene de que los protagonistas resultan gentes comunes, de una cierta edad, que se enfrentan con diversos problemas, como una sexualidad decreciente, la inminente jubilación, las enfermedades, la incertidumbre del futuro emocional y familiar, quizás debido a una mala elección en el pasado. Y todo ello ocurre en un entorno urbano un tanto gris, donde en el trasfondo hay jóvenes abusando de las drogas, restaurantes de menú económico, gente mayor perdiendo la cabeza y espectáculos callejeros subvencionados por el ayuntamiento. Un espacio público dejado de la mano de toda autoridad y regido por un consistorio acomodaticio con unos habitantes sin futuro.

La novela narra la historia de un hombre triste, que cae en momentos de depresión, cuando empieza a subir las cuestecillas de los cincuenta años de edad. En la actualidad mantiene relaciones amorosas con dos mujeres, Sandra y Judith, y piensa, a la vista de su inminente vejez, que llegó el momento de abandonar a una de las dos. La elección le resulta angustiosa, y no sabe si la seguridad para el futuro que le ofrece Sandra, poseedora de una decente jubilación, debe de ser decisiva o no. Su profesión, el ofrecer seminarios a gentes interesadas en temas relacionados con el apocalipsis, le permite vivir bien, pero siempre temeroso del incierto futuro.

Lo mejor del libro, como del mencionado de Roth, es la sencillez de la vida del protagonista, su profunda melancolía vital, que nunca asume aires de autosuficiencia. Jamás juzga a los demás, simplemente vive los ciclos de los diversos momentos de la vida, atendiendo a las necesidades elementales. Comer, ir al cine o tomar un vaso de vino. La ciudad donde vive tampoco ofrece nada extraordinario.

Sin embargo, los comentarios sobre la vida personal y la social a su alrededor son de calado. Cuando observa a unos jóvenes intentando romper una escalera mecánica se dice: "Una vez más me veo confrontado con la cuestión de si he de interesarme o no por lo que sucede a mi alrededor" (pág. 5). Sobre los entretenimientos de masas hace agudas reflexiones: "el pensamiento de gentes que se entregan tres o cuatro horas diarias a la televisión no puede llamarse libre" (página 48). La televisión es el opio de los indigentes, los viejos y los minusválidos, para quienes las horas pasadas ante el televisor no aseguran ninguna felicidad, sino que es una forma de marginación.

Genazino y los miembros de su generación han resuelto sin mayores complicaciones el problema de la separación generacional, representando en sus textos un entorno sintonizado con el pulso social. Son abiertamente realistas en una tradición literaria donde el istmo no está contaminado como en el ámbito cultural español con connotaciones negativas. Construyen en las obras un mundo con códigos sociales abiertos y relajados, postburgueses, con lo que han atraído a una audiencia amplia. Está claro que un aspecto causante del alejamiento de la juventud del gran arte, la música o la literatura clásica se relaciona con la frialdad del contacto con ellas, el tener que pertenecer callados en las salas de conciertos o la lectura de argumentos implausibles en sus mundos personales, mientras que los espectáculos pop y la literatura de entretenimiento congregan a las personas, jóvenes y maduras. La traducción de Carmen Gauger hace honor a la riqueza y sencillez de la lengua de esta excelente novela.