Image: Palomas eléctricas

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Novela

Palomas eléctricas

Julio Valdeón Blanco

14 junio, 2007 02:00

Julio Valdeón Blanco

Algaida. Sevilla, 2006410 páginas, 19 euros

Periodista y escritor. Se le intuye dispuesto a compaginar con firmeza el compromiso de su oficio con el propósito de narrar realidades que van trazando el estado de ánimo de la generación de jóvenes treintañeros del milenio que comienza. Palomas eléctricas es la propuesta que lo confirma, la tercera de sus novelas, la más valorada y reconocida por exhibir sin pudor, con empuje y valentía, la ¿abrumadora?, ¿esperanzadora? condición humana; provista de un armazón acorde con la complejidad y el caos del mundo actual y un estilo armado con recursos que demuestran más que oficio. Con intención de registrar los entresijos que retratan duelos humanos siempre repetidos: íntimos y colectivos, personales, laborales, generacionales. De ahí que su autor parezca deudor de quienes tomaron la palabra en nombre de su generación para ofrecer un manifiesto literario de verdades y mentiras. Algo de aquella generación beat agresiva en sus formas, y mucho de nuestros clásicos, del estilo conceptista y barroco, y del realismo poético, atrincherado tras una voz que recorre el ir y venir de tantas vidas por las que hablan muchas voces perfectamente empastadas.

Pero vayamos a su argumento, a los ejes que lo vertebran, que son dos fundamentales: la expresión del duelo entre generaciones, subrayando desencuentros entre hijos desalentados y padres sumidos en la enfermedad, la decepción, la soledad a cuestas… Y el homenaje que se le rinde al periodismo que hizo de la palabra "un fervor y una complicidad" y que nada tiene que ver con el espectáculo de hoy en día. Por esto, aun siendo una novela coral, el que sirve de hilo conductor es Lucas, un periodista de 58 años a punto de firmar su última columna. El resto del espacio narrativo lo ocupan jóvenes amigos de una ciudad de provincias (Valladolid), en su mayoría expectantes, utópicos, buscándose la vida o la forma de no formar parte de ese sistema vectorial que promete rutina y seguridad, a cambio de disimular el caos, de bajar el tono de la incertidumbre.

Andrés, escritor a tiempo parcial, trabaja en la Diputación -por enchufe- y vive entre el anhelo de huir a Nueva York, y algo de coca siempre a su alcance. Luis es ordenanza, "siempre un pie en la Caja de Ahorros y otro en sus partituras", atrapado "por el sexo y los celos". Ana, comprometida con el centro de educación especial en el que trabaja, novia de Carlos, el periodista en cuyas manos está un asunto que puede sacarle del anonimato, pero también acabar con uno de sus mejores amigos, Rubén… Todo esto compone sus vidas de sábado a sábado, hasta el cierre de la novela: la boda, la última crónica de Lucas, el final de muchas expectativas. Lo demás, la rutina, continúa.