Image: Tristeza de lo finito

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Novela

Tristeza de lo finito

Juan Pedro Aparicio

21 junio, 2007 02:00

Juan Pedro Aparicio. Foto: Alberto Cuéllar Gallardo

Menoscuarto. Palencia, 2007 144 páginas. 13 euros

El escritor leonés Juan Pedro Aparicio reaparece con una novela, tras haberse dedicado durante varios años a otros géneros, como los cuentos breves y el libro de viajes. Lo cierto es que Tristeza de lo finito es una novela sólo porque esta modalidad narrativa viene a ser ya, como decía Baroja, "un saco donde cabe todo", incluso este largo monólogo de un narrador que constituye una mezcla de dos venerables géneros tradicionales: la "consolatio" de la literatura latina y la elegía. Aunque fragmentado en secuencias sin numerar, el texto de Tristeza de lo finito es la transcripción de las reflexiones de Adrián durante el funeral y el entierro de su madre, que es el destinatario, a menudo explícito, del discurso. En la secuencia inicial se lee: "Estoy en el tanatorio de Mela". Y la novela se cierra con estas palabras: "Salimos tras los demás que ya han abandonado el cementerio". Entre ambos momentos, otras referencias nos sitúan en la ceremonia religiosa: "En la iglesia no hay mucha gente" (p. 39) o "el jesuita que habla en tu funeral" (p. 61).

Un examen reposado de la obra haría aproximadamente equivalentes el tiempo del discurso y el de la lectura. El tiempo cronológico de la historia, en cambio, se dilata sin cesar en la evocación de Adrián, se extiende hasta la infancia del narrador, se interna, gracias al recuerdo de viejas fotografías familiares, en la historia infantil de la madre muerta y reconstruye vidas y acontecimientos desarrollados a lo largo de casi un siglo. La maestría del novelista reside en la selección de hechos y detalles, a veces minúsculos pero agrandados, intensificados en el recuerdo como gigantescos primeros planos -el dedo materno con la uña necrosada, la fotografía de los abuelos, la bolera de la vecindad, una lejana sesión de cine que ha perdurado en la memoria (para ver La casa de la colina, una película de 1951)- e inscritos, además, en acontecimientos históricos evocados como en sordina -como corresponde a conocimientos indirectos o a recuerdos infantiles- que jalonan el tiempo biográfico de la madre muerta: la revuelta minera de Asturias en 1934, la guerra civil, el encarcelamiento del abuelo, la vida precaria y las dolorosas penurias de la posguerra... El silencioso diálogo con la madre, que constituye el discurso interior de Adrián, no requiere minuciosas explicaciones, basta con sobreentendidos, simples destellos, alusiones a sucesos consabidos, hechos sugeridos o apenas esbozados que ayudan a perfilar un carácter y una vida. Lo que se dice vale tanto como lo que se deja entrever.

La palabra crea al personaje ya fallecido gracias a la selección de datos esenciales, a su carácter representativo -como el motivo del entierro y de la incineración, o el de la "casa con sol"- y a la intensidad expresiva. Hay, además, una honda reflexión, de una hondura sentida, sobre el amor filial, sobre las relaciones familiares y sus vaivenes, y también una mirada serena y original que contempla como "gran misterio el de este río de la vida cuya corriente incesante va llevando el futuro hacia el pasado que no es un mar ni un océano que no es sino memoria de los que vivimos y vamos siendo arrastrados hacia él y que, cuanto más crece, porque más se ha alimentado de nosotros, más se empequeñece" (p. 134).

En realidad, pocas observaciones habría que hacer a una prosa ajustada y medida como ésta, pero, precisamente por serlo, conviene indicar que alguna vez sobra una preposición ("vivir con ella por lo que me quedara de vida", p. 99), o falta ("entraban [...] para incautarse los géneros", p. 83), se yerra en una locución latina como en las menciones de la misa "de corpore in sepulto" (pp. 73, 74, 75, donde, además de una preposición eliminable, el adjetivo está mal escrito) o se incurre en algún lunar sintáctico: "un nombre que transcribo sin que sea capaz de impregnarlo..." (p. 42, por 'sin ser capaz'). Una revisión de estos pequeños defectos -sobre todo en un libro como éste, tipográficamente muy cuidado- dejaría inmaculada una prosa llena de precisión y eficacísima en la expresión de interioridades psicológicas, donde radica lo más granado de Tristeza de lo finito.