Detrás de la boca
Menchu Gutiérrez
6 diciembre, 2007 01:00Foto: Archivo
Esta nueva obra de Menchu Gutiérrez parte, como otras suyas anteriores, de una postura inconformista ante las tradicionales clasificaciones genéricas con que los estudiosos han ido ordenando la literatura. Es comprensible que cualquier ruptura del sistema establecido y más o menos aceptado produzca malestar. ¿Qué quiso decir Lope de Vega cuando rotuló La Dorotea como "acción en prosa", categoría inexistente antes y después en el ámbito literario? ¿Y qué decir de alguna "tragedia grotesca" de Arniches, de algunas "farsas trágicas" de Ionesco? Menchu Gutiérrez no clasifica Detrás de la boca, pero es, sin duda, una novela, aunque muchos aficionados a la literatura narrativa, forjados en la lectura de relatos de corte convencional, se encontrarán perplejos ante esta obra. Posiblemente les ocurriría lo mismo con muchos pasajes de Kafka, con casi todas las producciones narrativas de Beckett, con multitud de páginas de Michaux, incluso con una obra como Oficio de tinieblas 5, de Cela.La anulación de las demarcaciones genéricas, la mezcla de procedimientos que pertenecen habitualmente a distintas clases de discurso, son actitudes que comportan riesgos inevitables, entre ellos la incomprensión o el silencio. En este caso no sería justo pasar por alto una obra como Detrás de la boca, porque no está compuesta de sucesos, sino de sensaciones; no cuenta hechos externos, sino que encadena asociaciones mentales, descubre analogías inesperadas y correlaciones inquietantes, sugiere o recuerda historias desvaídas, fugaces, incompletas, sobre las que el lector puede dejar correr su imaginación o, si lo desea, tratar de reconstruir una anécdota reconocible.
Un prólogo con tinta roja advierte al lector de que será tragado por el Libro de la boca y vivirá en su interior "como Jonás en el vientre de la ballena", porque "la boca es el pequeño escenario de un gran teatro" cuyo espacio se precisa en las primeras palabras del capítulo inicial: "El escenario elegido para la escritura del Libro de la boca es el interior de un búnker". Hay, pues, un lugar, un tiempo elegido para escribir el Libro de la boca -un tiempo que "sabe a muerte" (p. 81)- y también unos personajes -un soldado prisionero en una celda de castigo y sometido a interrogatorios, un cocinero, una mujer, unos médicos, un farmacéutico, diversos refugiados-, es decir, todos los ingredientes de una narración. Pero esta narración transcurre sin apenas referencias externas, circunscrita a un escenario diminuto, el de una boca cuya saliva evoca la sangre ominosa, o la leche nutricia, o el semen creador; una boca que, igual que escupe, "también sabe vomitar palabras, las palabras falsas que no puede digerir" (p. 63); que da paso a "las cuerdas vocales, en las que las palabras no dichas se curan al humo" (p. 98), o que es "germen de palabras y es capaz de hacer germinar y de dar a luz palabras, es también capaz de comer palabras, de triturarlas y hacer digestión de ellas" (p. 127). Las palabras -y lo que representan- adquieren tal sustantividad, tal presencia que se convierten en el crisol donde se funde todo lo que se asimila o se expulsa: "Todo lo llevamos a la boca, masticamos alegría y tristeza, y miedo, mucho miedo" (p. 128). Las asociaciones penetran en el ámbito de los sabores y de la alimentación, en el de antiguas tradiciones sobre la dentadura, en el del beso y sus manifestaciones, en las sensaciones de sed y hambre, con la imagen del prisionero entre dos pisos que reelabora audazmente el mito de Tántalo (pp. 33-34).
Estamos ante una mirada tenazmente introspectiva, que explora y tantea cada rincón del mínimo escenario en busca de analogías y correspondencias hasta convertir la boca en un microcosmos repleto de resonancias simbólicas, en una representación embrionaria de la existencia humana. Nada de esto sería posible sin una prosa con tintes poéticos, rica en recursos para arrastrar al lector de imagen en imagen a lo largo de un discurso que parece dicho en voz baja. Y saltan aquí y allá insólitas creaciones verbales: la lengua del gato "desciende hacia el platillo como un flexible tobogán de carne" (p. 22); el gran cocinero tiene en su boca "una balanza de precisión, un termómetro de categorías variables" (p. 35), etc. Obra madura y arriesgada, Detrás de la boca atraerá a quienes, ahítos de superficialidad, busquen en la literatura sólo literatura, pura creación verbal sin asideros anecdóticos.