Image: Los siete ahorcados

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Novela

Los siete ahorcados

Leonid Andreiev

17 enero, 2008 01:00

Andreiev, según Ilya Repin (1904). Archivo

Trad. de Rafael Torres. El olivo azul. Sevilla, 2007. 212 páginas, 16 euros

Si las narrativas francesas y inglesas del XIX representaron mejor que ninguna otra a la clase media, la rusa dotó, en cambio, a la novela de ideas. Tras leer una obra de Dostoyeski o de Tolstoy el lector nunca volverá a ser el mismo. Habrá aprendido infinidad de matices sobre la personalidad humana, el difícil oficio de ser hombre, y respecto a las impredecibles relaciones con los otros. Leoniv Andreiev (Oriel, Rusia, 1871-Vammelsu, Finlandia, 1919), amigo de diversas celebridades de las letras como Turgeniev y Tolstoy, fue un protegido de Gorki, quien le aconsejó dejar el derecho para dedicarse a las letras. Luchó contra el zarismo, defendiendo la revolución del proletariado, pero enseguida ésta le decepcionó, de ahí que pasara sus últimos días alejado de su país natal.

Este volumen reúne dos novelas cortas, Relato sobre los siete ahorcados (1908) y Un pensamiento (1902), obras maestras en su género, aunque la primera se llevará las preferencias del lector, por ser un poco más compleja. La traducción de Rafael Torres es excelente. Ofrece un texto sobrio, redactado con un ritmo pausado, que permite disfrutar de los matices del argumento.

Relato sobre los siete ahorcados nos engancha enseguida. La historia parece a primera vista sencilla. Trata de la estancia en la cárcel de siete terroristas capturados cuando intentaban atentar contra un ministro con una bomba. La manera en que cada uno de los terroristas, en realidad, gentes idealistas, creyentes en la revolución, viene retratado resulta magistral. De hecho, recuerda un tiempo cuando el rostro y la postura humana eran capaces de expresar la emoción humana con mayor honradez. Hoy se ha impuesto la sonrisa que iguala las expresiones, que nunca debe disonar. Andreiev explora el rostro humano, ese espejo de los sentimientos que la vida moderna ha empañado. De Kashirin sabemos que la "muerte estaba tan claramente impresa en él que los jueces evitaban mirarlo y resultaba difícil determinar su edad, como en un cadáver que ya ha empezado a pudrirse." (pág. 24).

Los relatos de Andreiv relegan el aspecto social al trasfondo, la búsqueda de justicia de los terroristas ante los abusos de los zaristas, para centrarse en auscultar las sensaciones experimentadas por el hombre a través de las percepciones, medida de las reacciones humanas, de la sensibilidad. Azorín, Gabriel Miró, y Juan Rulfo ("No oyes ladrar los perros") en la distancia, practicaron también este maravilloso arte de la narrar mediante la lectura del entorno sensorial del ser humano.

Un pensamiento, la segunda novelita del volumen, se lee con igual interés, aunque aquí el lector se fijará menos en las sensaciones que en el desarrollo de la trama. El protagonista, un brillante médico, Antón Ignátievich Kerzhentvec, asesinó a su mejor amigo, el jurista Alexei Konstantínovich Savelov. Y a lo largo de una serie de cartas explicará al siquiatra encargado del caso las razones de sus actos. Los detalles del crimen recuerdan las descripciones naturalistas, por el gusto exhibido en aportar minuciosos detalles fisiológicos. Las observaciones hechas sobre el carácter mediocre de Savelov traen a la memoria al personaje Raskolnikov de Dostoyeski. La sicología juega también un papel importante en el texto. Precisamente, el uso del género epistolar, el hecho de que se cuenta mediante cartas, nos sitúa a los lectores en una posición especial, pues cuando terminemos la lectura y ante el empate del jurado sobre la culpabilidad del asesino, tendremos que ofrecer nuestro veredicto. Actuar un poco de protagonistas.

Los siete ahorcados ofrece la riqueza de la literatura modernista, de un mundo visto con una inteligencia afilada por la percepción. La obra tiene la riqueza de la sinestesia, del grito mudo, del grito de Munch. La dedicatoria a Tolstoy resulta muy apropiada.