La madre del capitán Shigemoto
Junichiro Tanizaki
17 abril, 2008 02:00Junichiro Tanizaki. Foto: Archivo
Junichiro Tanizaki (Tokio 1886 - Atami 1965) recuperó la literatura clásica japonesa para abordar la nostalgia de su madre, fallecida prematuramente, y la persistencia del deseo en la vejez, cuando el amor ya sólo es una pasión tierna y ridícula. Inspirándose en un relato del siglo X, Tanizaki recreó el dolor que produce la belleza, incluso en sus manifestaciones más delicadas. La dama de Ariwara, una joven de apenas 20 años, se casa con Michizane, poeta y antiguo ministro que ha superado los 70. En el declive de su vida, la presencia de una mujer hermosa mitiga las miserias de la edad, pero la felicidad no puede existir en un hogar que ha ignorado la voluntad de uno de los amantes. Disputada por hombres más jóvenes y poderosos, la dama de Ariwara abandonará a su anciano marido, sin ofrecerle otro consuelo que un hijo de 4 años, el futuro capitán Shigemoto, que crecerá añorando a su madre, una imagen difusa con olor a incienso.Tanizaki muestra el poder destructor del deseo. Las pasiones desatadas, incluso sin proponérselo, por la misteriosa dama de Ariwara, sembrarán la desdicha en infinidad de vidas. Ni la muerte frenará el infortunio. Las generaciones posteriores sufrirán por el egoísmo y la vanidad de los amantes. Las figuras más trágicas de esta historia, el viejo Michizane, la dama de Ariwara y el pequeño Shigemoto, sufren tanto como las ramas del trébol japonés, demasiado débiles para sostener su propio peso. Michizane encarna la frustración del hombre que encara la muerte en soledad, sin otra compañía que los recuerdos; la dama de Ariwara, de nombre desconocido, se consume como una mariposa fatalmentre atraída por el fuego y Shigemoto sufre por la madre ausente, buscando en otras mujeres el afecto que perdió tempranamente. La prosa de Tanizaki se atiene a la sencillez de la literatura tradicional japonesa. No hay afectación ni retórica y las metáforas se deslizan silenciosamente. El estilo poético no entorpece el relato y no vacila a la hora de ocuparse de los aspectos más turbios del intercambio sexual. La pasión es una entrega ilimitada, que acepta la humillación, la orina y las heces. El placer no es un don gratuito. Su precio es el dolor y la pérdida. Cuando se ama, la serenidad se desvanece y la razón declina hasta extinguirse. Sólo hay una alternativa. Aniquilar el deseo. ésa es la enseñanza del budismo, una religión sin dioses ni promesas del ultratumba. La dama de Ariwara y el capitán Shigemoto encontrarán la paz en un templo budista, rodeado de cerezos estremecidos por el rumor de las montañas. Al recuperar una leyenda del Japón medieval, Tanizaki nos enseña que el tiempo sólo matiza los impulsos de la condición humana. La pasión es imperecederá; el hombre sólo es un árbol que florece y muere.