Image: La soledad de las vocales

Image: La soledad de las vocales

Novela

La soledad de las vocales

José María Pérez Álvarez

1 mayo, 2008 02:00

José María Pérez Álvarez

III Premio Bruguera de novela. Bruguera. Barcelona, 2008. 153 páginas, 17 euros

El orensano José María Pérez álvarez (1952) es un escritor minoritario -habría que aclarar que voluntariamente minoritario-, y lo es desde los comienzos de su trayectoria, en la que destacan media docena de novelas de corte intimista, donde el mundo interior de los personajes y la reflexión introspectiva cuentan más que los acontecimientos externos. En sus páginas se transparentan los modelos narrativos que constituyen el sustrato sobre el que se erige la obra de Pérez álvarez: cierto Onetti, el Goytisolo de Makbara y Don Julián, Samuel Beckett (y, más al fondo, Kafka o Joyce, reiteradamente evocados). No es difícil trazar, aunque sea someramente, la filiación literaria del autor. Sus libros no aparecerán entre los más vendidos, pero sí lo harían en una hipotética lista de libros rigurosamente compuestos y escritos, coherentes con un proyecto narrativo unitario, en el que ciertas preocupaciones, e incluso algún personaje, se reiteran en obras distintas.

En La soledad de las vocales el relato adopta la forma de un monólogo segmentado de vez en cuando por pequeños espacios en blanco, sin puntos ni mayúsculas, como advertencia explícita de que nada tiene relieve ni sobresale, de que todos los elementos de la historia tienen idéntica jerarquía, la misma insignificante pequeñez. Es el monólogo de un ser oscuro y derrotado, sin aspiraciones, hundido en la soledad y el alcohol, que vive en la modestísima pensión Lausana, en el cuartucho número 9 donde se suicidó una mujer cuyo recuerdo reaparece una y otra vez, lo mismo que otros motivos recurrentes que extienden reiteradamente sobre la superficie del texto la muestra de las obsesiones del personaje -antiguas campeonas de natación, París, La montaña mágica, el destino de sus cenizas tras la incineración, canciones de Lou Reed o Jacques Brel- y datos acerca de los demás inquilinos de la pensión, todos ellos sujetos vencidos, precarios y míseros supervivientes de algo: el aspirante a escritor de la habitación 6, el tapicero Radinovic, huido de la antigua Yugoslavia, el fracasado pintor francés de la 4, la mujer de la 2… El conjunto viene a ser un microcosmos que puede ser entendido como la representación de un mundo más amplio devastado por las guerras, el dolor y el sufrimiento y sin horizonte alguno de esperanza.

La soledad de las vocales es la vivisección de una conciencia, aunque de vez en cuando el narrador deja entrever informaciones autobiográficas, como al confesar a la mujer del parque: "Hace años fui escritor, nunca vendí mucho, la verdad, aunque los críticos me respetaban" (p. 34) y añade que firmaba sus libros "con un pseudónimo, Franz Dertod", que es el nombre de un personaje de la novela anterior del autor, Cabo de Hornos (2005). En otro momento asevera: "Hubo un tiempo en el que permanecía en las pensiones leyendo y los libros eran un consuelo para mi soledad, ahora apenas los abro porque son mentira" (p. 68). ¿También este libro y estas confesiones? Tal vez, porque el narrador sugiere, ya casi al final: "Quizá yo sea un personaje de cualquier libro del escritor de la 6" (p. 152). Sea como fuere, este vaivén entre crónica e invención, entre confesión y juego literario, se sostiene gracias al buen pulso del prosista y al ritmo barroco del discurso, que con su capacidad alusiva, sus series enumerativas y sus medidas reiteraciones crea una atmósfera agobiante y opresiva. En este punto, el prosista se eleva por encima del narrador.

Y los desfallecimientos son escasos. Hay alguna frase que suena como un carro con ruedas cuadradas ("se colaba el reflejo de las luces de las letras del letrero de neón", páginas 52-53), alguna consecutio temporum mal resuelta ("quizá si tuviera un cigarrillo a mano en aquel momento […] lo hubiera fumado" [página 21, por ‘si hubiera tenido’]) y algún crudo galicismo, como doblar (página 81) por ‘adelantar’ que parece extraído de alguna crónica urgente de una carrera ciclista. Pocos lunares, a decir verdad, en un conjunto notable.