Image: Los ilusos

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Novela

Los ilusos

Rafael Azcona

29 mayo, 2008 02:00

Rafael Azcona. Foto: Julián Jaen.

Ilustraciones de Mingote. Ediciones del Viento. 2008. 198 páginas, 18 euros.

Rafael Azcona publicó la primera versión de esta novela en 1958, cuando aún no había comenzado su trabajo como guionista cinematográfico y era conocido por unas cuantas novelas, algunas encuadrables en la literatura humorística -como Los muertos no se tocan, nene o la Vida del repelente niño Vicente-, con ribetes costumbristas -Los europeos- y con una marcada tendencia al llamado humor negro, como en El pisito, base del guión que años más tarde convertiría en película Marco Ferreri y que respondía, como gran parte de la obra del escritor, al propósito que, según confesión propia, había guiado sus primeros pasos en la literatura: "Escribir cosas divertidas sobre cosas tristes". Con excelentes ilustraciones de Mingote, Los ilusos reaparece ahora, tras un proceso de reescritura a que el autor sometió el texto y que, al parecer, concluyó pocos días antes de su muerte. Los retoques no han afectado, sin embargo, a lo esencial de la obra, que mantiene hoy casi intacta, a pesar del medio siglo transcurrido desde su primera publicación, la misma frescura de entonces.

Los ilusos narra una parte de la historia de Paco Durán, un joven navarro aficionado a escribir que -reproduciendo el itinerario del propio Azcona- se traslada a Madrid con la pretensión de abrirse paso en el complejo mundillo literario. Pero, aunque el eje vertebrador de la narración es este personaje, estamos en realidad ante una novela coral, porque lo que le interesa al autor es ofrecer un panorama del ambiente que él conoció muy bien: los cafés literarios, las tertulias, las pensiones baratas, la muchedumbre de presuntos poetas y escritores llegados de la periferia en busca de la gloria y forzados a sobrevivir con dificultad, gracias a empleos precarios, al peligroso auxilio de las casas de empeños y a maniobras de todo tipo para eludir la vuelta al hogar familiar con un fracaso a cuestas. Plantear una obra así en 1958 tenía sus riesgos; en primer lugar, el de evitar que planeara sobre ella la sombra de La colmena, que, aunque situada en una etapa histórica anterior, trataba de ser también la radiografía de una sociedad plagada de esforzados supervivientes. Por suerte, Azcona enfocó su narración de un modo tradicional, sin los alardes técnicos de la obra de Cela -incluso las reflexiones del personaje se destacan en cursiva-, y redujo su campo de observación casi exclusivamente al sector de los aspirantes a escritores, que en La colmena ocupaba un lugar secundario. Con muy pocas excepciones, el elenco de personajes de Los ilusos tiene que ver con la literatura y el periodismo, en cualquiera de sus modalidades: Fermín, Arriaga, Mateíto o Garruchero se comportan a veces como pícaros modernos para sobrevivir, pero sus propósitos se encaminan hacia la creación artística, si bien con escasa fortuna. Escriben literatura de quiosco por encargo y con pseudónimo -como hizo alguna vez el propio Azcona-, colaboran ocasionalmente en alguna publicación -lo que también coincide con experiencias del autor- y forman parte del grupo llamado Versos Sabáticos, que organiza recitales en el café Coloma, clara trasposición de los "Versos a medianoche" que se desarrollaban en el café Varela, donde Azcona fue contertulio asiduo.

Todo esto indica que hay mucho de autobiográfico en estas páginas, escritas bajo la concepción de la rea-lidad como materia novelable. Paco reflexiona: "Tenía que comprarse una libreta, pequeña, para llevarla siempre en el bolsillo y apuntar aquel tipo de cosas: la realidad era la realidad y en Madrid más novelesca que la imaginación" (p. 37). Pero lo que eleva Los ilusos por encima de la crónica meramente costumbrista -y sin dejar de ser por ello un plausible testimonio social- es la visión distanciada de los hechos, la pátina humorística que los cubre y que no excluye en ocasiones una mirada compasiva hacia estos náufragos urbanos; el tratamiento literario de la sustancia novelesca, en suma.

La caricatura y la parodia -nunca de trazo grueso- brillan en pasajes como el de la enumeración irónica de la fauna que puebla el café Coloma (p. 60) o en el jocoso relato del recital colectivo en Granada (pp. 111-112), así como en multitud de observaciones desperdigadas en el texto: durante el viaje en tren, "los ronquidos habían convertido el departamento de segunda clase en una serrería" (p. 110). Otras novelas de esos años han resistido mal el paso del tiempo. No es el caso de Los ilusos, y de ahí la oportunidad de su reedición.