Image: Las fuentes del Pacífico

Image: Las fuentes del Pacífico

Novela

Las fuentes del Pacífico

Jesús Ferrero

17 julio, 2008 02:00

Jesús Ferrero. Foto: Antonio Heredia

Siruela. Madrid, 2008. 289 páginas, 18’90 euros

Como narrador, Jesús Ferrero (Zamora, 1952) no ofrece una trayectoria rectilínea -lo que no implica menoscabo alguno-, sino tentativas diversas, intentos de acercamiento a distintas modalidades de relato que denotan una loable inquietud narrativa. Las fuentes del Pacífico es -digámoslo ya sin más preámbulo- una novela adscrita al modelo de los relatos de aventuras en el mar. Aunque se trata de un motivo temático presente ya en las narraciones helenísticas y en la literatura bizantina, así como en numerosas crónicas más o menos verídicas de navegantes y descubridores, los logros más acabados de este tipo de relato se hallan en la novelística de finales del siglo XIX y principios del XX. Los ecos o los recuerdos de Stevenson -aludido en los nombres de dos despiadados personajes llamados Silvaredo y Morgan-, de Conrad -de modo muy especial-, de Melville o de Baroja -en su trilogía El mar, sobre todo- son inevitables, y el autor era sin duda consciente de este riesgo al abordar la composición de Las fuentes del Pacífico. Tampoco hay que olvidar esas crónicas de navegantes clásicos que, como las de Fernandes de Queiros o álvaro de Mendaña, introducen entre los objetivos del viaje la búsqueda de algún tesoro. De todo ello hay residuos en la novela de Ferrero, lo que no resulta extraño, porque tan ilustre cortejo de magistrales narradores era difícil de eludir y casi imposible de superar. El reto consistía, pues, en componer algo que fuese más allá de la simple novela de aventuras y en no caer en la tentación de recrearse en descripciones de lugares y puertos famosos -Marsella, La Habana, Buenos Aires…- ya suficientemente explotados por la literatura.

Hay que decir que Ferrero ha salido airoso del empeño. Las fuentes del Pacífico cumple con los requisitos del género narrativo a que se acoge y, al mismo tiempo, proyecta sobre la historia numerosas sugerencias que la encaminan hacia la parábola, referidas a rasgos psicológicos y comportamientos humanos no exclusivos de la exigua tripulación de la goleta Pacific que, bajo el mando del capitán Bonar, emprende hacia 1884 un viaje hacia la lejana y misteriosa isla de Kaolai. Los sucesivos acontecimientos irán descubriendo poco a poco las vetas de ambición, de crueldad y de codicia ilimitada que pueden esconderse en el ser humano. El cainismo, la índole de algunas gestas civilizadoras -puesta ya en solfa por Ganivet y Baroja mediante los personajes de Pío Cid y Silvestre Paradox-, la explotación de la naturaleza sin reparar en su destrucción y también, muy soterrada en algunos personajes, la nostalgia de un paraíso entrevisto y perdido, son motivos que afloran hasta la superficie del relato, y lo hacen novelescamente, es decir, encarnados en acciones y personajes bien diferenciados psicológicamente, no confiados sin más a exposiciones teóricas y discursivas. El relato del descubrimiento de la isla y de sus pobladores, aunque análogo al de muchas historias conocidas, tiene vigor y originalidad por sí mismo, y más aún las páginas en que se narra la destrucción del idílico paraje. El autor ha puesto especial cuidado en utilizar con precisión los términos de la marinería y, en general, todo el lenguaje de la novela, donde muy pocos lunares pueden señalarse. Usos como "cómplice" con el erróneo valor actual (p. 65), "eran su problema" (p.124) -por "eran cosa suya"- o de "¡genial!" (p. 182) como ponderación común, son impensables en un hablante de 1884. Y , en otro terreno, también es imposible que en ese año Benito viaje con "un ejemplar de la primera edición de La rama dorada" (p. 92), ya que la obra de James Frazer no se publicó hasta 1890, en dos volúmenes.