Novela

Control remoto

María José Codes

24 julio, 2008 02:00

Premio Río Manzanares, 2008. Calambur. Madrid, 2008. 264 páginas, 18 euros

Una nota en la contracubierta de esta novela señala que la obra contiene una metáfora sobre la infidelidad. Es cierto que nos encontramos ante la historia no de una sino de varias infidelidades encadenadas -como si la autora pretendiese advertirnos de que la infidelidad sentimental o amorosa es el estado natural del ser humano-, pero creo que el alcance de la obra va más allá y presenta un conjunto de personajes cuyo principal problema, el núcleo del que derivan sus comportamientos, radica en una agobiante sensación de soledad. Es lo que le sucede a Jana, la narradora, amante clandestina de Martín durante siete años; pero un mal semejante aqueja a su amiga Carmen, con un matrimonio roto por un brutal accidente y buscadora de fugaces encuentros furtivos; y a Julián, tío de Jana que sobrevive difícilmente a la viudedad. Los tipos masculinos, como Martín o álvaro, se caracterizan más bien por su actitud predatoria ante la mujer. La visión general de los personajes, los supuestos psicológicos sobre los que se asientan, no ofrecen demasiada novedad. El único rasgo innovador de Control remoto reside en un aspecto de la historia que abre ciertas posibilidades narrativas, acaso explotadas aquí sólo en parte: Jana, impelida por la curiosidad de conocer de cerca el entorno familiar de su amante, ha hecho lo posible por conocer a su mujer, Elena, y, con la falsa identidad de Luisa, llegar a establecer relaciones amistosas con ella. Separados los amantes por miles de kilómetros durante unas vacaciones estivales, Jana opera con dos teléfonos móviles para comunicarse por separado y clandestinamente con Martín y con Elena, que se encuentran con sus hijos en Creta. Las coincidencias frecuentes de llamadas -porque cada cónyuge telefonea, como es lógico, cuando el otro está ausente- podrían haber dado lugar a hilarantes situaciones de vodevil -y algo se apunta en la escena del aparato que se precipita al inodoro-, pero no era éste el propósito de la autora, que opta más bien por ir detallando la progresiva obnubilación de Jana, su creciente supeditación a mensajes y llamadas, su afanosa vigilancia de ambos aparatos, siempre a mano y encendidos en cualquier situación, ese "control remoto" que da título a la novela y que se refiere, naturalmente, al que padece el personaje.

El asunto está bien planteado, el desarrollo se aclara en alguna ocasión con un pertinente resumen narrativo (véanse las páginas 229-222) y la historia principal se enriquece con tramas secundarias sugeridas y -con buen criterio- apenas desarrolladas, como todo lo referido a las relaciones de Carmen, o de Claudia y Julián, incluso a la misma historia remota de Jana. Pocas objeciones cabe hacer a la construcción narrativa de la obra, en general medida y eficaz. Esta eficacia se reduce, sin embargo, en buena proporción a causa de una prosa no siempre adecuada por su excesiva premiosidad, por su acumulación de explicaciones y detalles innecesarios y con frecuencia reiterados que desembocan a veces en enunciados poco nítidos: "Odié a Martín por demostrarme ser lo que nunca fue conmigo. Por hacerme ver que sí era capaz de lo que yo consideraba que no lo era" (p. 254). O en símiles y acuñaciones poco afortunados, como el "pequeño faldón de espacio entre la persiana y el alféizar" (p. 185), o bien: "Observaba el ir y venir de la gente mientras la campana de los ecos vibraba en mi cráneo con el fragor de una cacerola estereofónica" (p. 249). Otras veces las acciones narradas resultan desmedidas: "Bajé a darme un baño a la piscina, pero estaba tan consternada que olvidé quitarme la ropa" (p. 64). También hubiera sido oportuno evitar algunas fórmulas tautológicas ("Martín era mi prioridad número uno", p. 51; "se lo conté […] por autojustificarme", p. 105) o poco recomendables, como las "vacaciones al borde del mar" (p. 215), a la francesa, en lugar de la forma autóctona "a orillas del mar".