Image: La muerte de Amalia Sacerdote

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Novela

La muerte de Amalia Sacerdote

Andrea Camilleri

30 octubre, 2008 01:00

Andrea Camilleri. Foto: Andrea Sabbadini

II Premio Internacional de Novela Negra RBA, 2008. Trad. de Juan Carlos Gentile. 208 páginas,12 euros Leer extractoCon la concesión del II Premio Internacional de Novela Negra a Andrea Camilleri (Porto Empedocle, Sicilia, 1925), la editorial RBA apuesta por abrir las puertas directamente al mercado europeo. En la pasada edición, el galardón a Francisco González Ledesma premiaba no sólo una buena novela sino una larga y a veces secreta trayectoria, una de las más sólidas dentro del panorama de la literatura negra en castellano. Con el octogenario autor italiano tampoco han hecho un nuevo descubrimiento, ya que Camilleri es actualmente uno de los autores más populares y leídos del continente, y su personaje fetiche, el comisario Montalbano, uno de esos inolvidables mascarones de proa al estilo del Kurt Wallander de Mankell o del John Rebus de Rankin.Montalbano se llama así en homenaje a Manuel Vázquez Montalbán, el inolvidable creador de otro de los detectives de ficción por excelencia, Pepe Carvalho. Sin embargo, los fans de Montalbano quizá se sientan decepcionados ante la ausencia del comisario. La única alusión la hace uno de los personajes de la novela en plan irónico en una de las primeras páginas, y el propio Camilleri ha comentado con su humor característico que Montalbano habría intentado monopolizar la investigación. Por lo demás, no faltan el ambiente mediterráneo, el asfixiante desnivel moral, la omnipresente corrupción política y la presencia todopoderosa e invisible de la mafia. Es decir, Sicilia.Como muchas otras veces en la obra de Camilleri, la anécdota que dio pie a la novela parte de un hecho real. En este último libro, el punto de partida fue "el crimen de Garlasco" un asunto que, en su momento, despertó gran expectación en Italia. El argumento es muy simple: Amalia Sacerdote, hija de un importante cacique local, ha sido asesinada, y todas las sospechas recaen sobre su novio, Manlio Caputo, hijo de un diputado socialista. Mientras la investigación avanza, en las oficinas de la RAI en Palermo se preparan para capear la tormenta política y judicial que se avecina. El foco escogido por Camilleri para narrar la historia es muy reducido: apenas sale del despacho del director de los informativos en Palermo, Michele Caruso, quien tiene que andarse con pies de plomo a la hora de gestionar la noticia en los telediarios.Caruso juega una partida a varias bandas entre las intrigas de Alfio Smecca, uno de sus presentadores estrella, con cuya esposa mantiene un tórrido adulterio, y las maquinaciones de su suegro, Gaetano Stella, un viejo senador con cuya hija sigue casado a pesar de que ella lo abandonó por un abogado en alza, Massimo Troina, quien al final acepta la defensa de Caputo. Pero, más que jugar, Caruso hace de bola. A medida que avanza la trama, sostenida por argucias legales, golpes de mano policiales y turbios deslices de confidentes, el lector descubre que todo en Sicilia -desde el periodista más insignificante hasta el jefe de policía- está sojuzgado y triturado por los oscuros manejos de la banca y los intereses políticos.Camilleri usa casi exclusivamente el diálogo para definir la marcha de la acción y la psicología de los personajes. Prácticamente el noventa por ciento del texto está entretejido de guiones y más de la mitad de los diálogos son con- versaciones telefónicas de Caruso con sus redactores, sus jefes, su amante o su chivato. El virtuosismo de la escritura deja una impresión de levedad, de ligereza, pero también de falta de profundidad, de comedietta superficial a la que el lector asiste como a un teatrillo de guiñol entre bastidores. Ninguno de los personajes, empezando por el protagonista Caruso, tiene más entidad ni más fondo ético que el de una marioneta manejada desde arriba. No hay profundidad, ni rabia, ni emoción, ni un solo atisbo de independencia ante la mano negra del poder. Y no tarda en llegar la impresión de que los hilos que mueven a esos muñecos de carne y hueso no son tanto los designios de los mandamases sicilianos como el capricho del autor, a quien no le hubiera costado mucho extirpar las escasas descripciones del texto para refundir la novela en el guión de una teleserie no demasiado emocionante.