Image: Los confines

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Novela

Los confines

Andrés Trapiello

5 junio, 2009 02:00

Andrés Trapiello. Foto: Susana Martín

Destino. Barcelona, 2009. 271 páginas, 19 e.

Esta nueva narración de Andrés Trapiello (Manzaneda de Torío -León, 1953) confirma una vez más que se trata de un autor al que ninguna modalidad literaria parece serle ajena. La historia de Los confines plantea, además, un asunto que aún continúa siendo escabroso en muchas culturas: el amor que brota espontáneamente entre Max y Claudia, dos hermanos que han pasado parte de su vida separados, cuando ya ambos, rebasada la treintena, tienen su vida profesional y familiar encauzada. Esta relación incestuosa, la ruptura de los respectivos matrimonios y las reacciones de familiares y amigos de la pareja, que vive su amor con una inocencia paradisíaca -de hecho, su actitud tiene mucho que ver con la búsqueda de un paraíso mítico-, serán los aspectos que llamarán más la atención de los lectores, atraídos por la limpieza del planteamiento y también por aspectos secundarios, como la historia de Isabel y la conducta turbia y mafiosa de su marido en el territorio colombiano donde se desarrolla una buena parte de las acciones. Pero, si abandonamos el terreno estricto de las sustancias de contenido y atendemos a su conversión en obra narrativa, la novela presenta aspectos discu- tibles que afectan a la coherencia interna de sus componentes.

En primer lugar, la elección del punto de vista. Es un relato homodiegético. Todo está narrado desde la perspectiva de Claudia, aunque, especialmente en la primera parte, la figura descollante es la de Max, y el lector tiene a menudo la impresión de que suyo es, en realidad, el ángulo de visión, a pesar de las apariencias. No parece verosímil que, con tan escasa y tardía convivencia, Claudia pueda conocer y evocar detalles de Max y de su pasado que hubieran requerido un conocimiento profundo del personaje. Más difícil de aceptar resulta la convención de que, siempre desde la perspectiva formal de Claudia, conozcamos no sólo las acciones, sino también el estado de ánimo conturbado y los pensamientos de Isabel (pág. 257) mientras Claudia está en coma; un coma que desembocará inmediatamente en la muerte, con lo que todo el relato resulta la reconstrucción nada nebulosa de una historia hecha desde un más allá por un narrador ya fallecido. No se piense por ello que, al emplazar la voz narrativa en el oscuro reino de Osiris, la novela de Trapiello se sitúa en la estela de ciertas creaciones imperecederas, como Pedro Páramo o como La fatiga del sol, de Luciano G.Egido. Allí, la muerte implacable planea desde el primer momento sobre cada página y condiciona cada información, mientras que en Los confines constituye un dato tardío que, además, entra en contradicción con el tono de muchas páginas anteriores. Tal vez la novela habría ganado en coherencia recurriendo al relato impersonal clásico; al menos hubiera permitido pulir las aristas de una historia que por sí misma ofrece gran interés y cuyos elementos esenciales se hallan bien concatenados.

El lenguaje cae a veces en reiteraciones y razonamientos discursivos más propios del ensayo: "¿Tendría que ver […] con el modo en que Max se relacionaba con las mujeres? Tal vez […] tenía que ver el hecho de ser huérfano para relacionarse como lo hacía con las mujeres, aunque a él le importaba muy poco saber cómo y por qué se relacionaba con ellas…" (p. 13). O bien: "La mañana que siguió a los hechos, en realidad la mañana en que los hechos todavía eran hechos" (p. 58). En los coloquios amorosos convendría haber pulido algunas frases ("Te he querido desde el principio de los tiempos", p. 88). Y una última observación: Max no puede ser "asequible e insondable al mismo tiempo" (p. 9). Si acaso, "accesible".