La más reciente Historia de España está llena de peripecias y personajes anónimos que constituyen un importante potencial para alimentar el discurso narrativo y la ficción cinematográfica. Para quien brega por costumbre con esos frentes -Historia y cine-, como el madrileño Juan Laborda (Madrid, 1978),
esta primera novela es la ocasión de conciliar la evocación de fracturas del pasado con su pasión por las posibilidades que éstas brindan a la gramática de una narración. Su título es
La casa de todos y contiene un relato realista, sencillo y trabajado, pero ante todo humano y honesto, sobre una situación real sosteniendo una trama ficticia. Cuenta ésta cómo en lo más duro de la guerra civil, en la localidad de Villafamés, sus vecinos tuvieron que protegerse de los bombardeos en una gruta que acogió a gentes de distinto signo político, porque la supervivencia exigía las fuerzas de todos para organizarse en ella como en una sociedad paralela a la del exterior.
Cuenta cómo en ese tiempo tomado por la incertidumbre y el terror a lo desconocido, por encima de la ruina humana y sus consecuencias se abrió una gatera a la fantasía a través de las leyendas con las que la viuda de un respetado republicano -eje argumental y estructural de la novela- distraía el ánimo y el miedo de niños y adultos. Y cómo el párroco, el maestro y un miliciano, abatidos por distintos dolores, rescataron un antiguo proyector con el fin de restaurar allí dentro la ceremonia de la ficción cinematográfica mientras fuera se libraban las "últimas batallas de una guerra ya decidida".
Esta perspectiva resulta lo más interesante de un asunto que lejos de anudar fracaso y resignación lanza una propuesta abierta hacia el futuro.