Image: El fin del mundo y un despiadado país de las maravillas

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Novela

El fin del mundo y un despiadado país de las maravillas

Haruki Murakami

8 enero, 2010 01:00

Haruki Murakami. Foto: Archivo

Traducción de Lourdes Porta. Tusquets. 484 pp., 21 euros

Los lectores de Murakami reconocerán algunos de los rasgos más característicos de su narrativa, tan cabalmente ejemplificados por After Dark, en esta otra novela de título dual y abigarrado como la obra misma. Veinte años, sin embargo, las separan pues El fin del mundo y un despiadado país de las maravillas data de 1985, de la primera etapa de este escritor tardío que se dedicó a la escritura después de abandonar sus primeras dedicaciones musicales como vendedor de discos y responsable de un bar de jazz.

After Dark nos parecía hace un año una extraordinaria novela de ciudad, de un Tokio posmoderno captado a vista de pájaro. Y ese es el escenario de la acción que se desarrolla en el "despiadado país de las maravillas", en capítulos mucho más extensos que los que se sitúan en "el fin del mundo", una urbe utópica cuyo mapa aparece al principio. Utopía en este caso, y distopía en el del Tokio descrito aquí con detalles topográficos inconfundibles, pero con ribetes de la megalópolis futurista que todavía no era tal cual en los 80.

Ese gusto por las utopías negativas y amenazantes estaba asimismo presente en After Dark mediante un homenaje explícito a Godard, en cuyo filme distópico Alphaville se inspira, como también nos reencontramos ahora con la inclinación, tan Murakami, por la fantasía kafkiana, resuelta en ambas novelas a través de un juego basado en la mixtura de realidad y ficción.

Murakami no es todo lo apreciado que él quisiera en su país, del que alguna vez se fue para amagar un autoexilio. En El fin del mundo intenta a veces congraciarse con la cultura popular japonesa más genuina, pero lo cierto es que aquí también resulta abrumador el alarde descriptivo en lo que se refiere a la occidentalización que sus personajes profesan. Cine, música, literatura, hábitos alimenticios, vestimenta, mitología, comportamientos, todo rezuma colonización cultural preferentemente norteamericana, y a ello se dedica un énfasis detallista que puede resultar estomagante.

Las referencias que contextualizan esta novela de 1984 ahora traducida pueden, con todo, haber quedado algo oscurecidas por el paso del tiempo. Murakami se mira descaradamente en el espejo del cyberpunk, aquel subgénero de la ciencia ficción que en los primeros 80 consagraron William Gibson, Pat Cadigan o Rudy Rucker, entre otros. El protagonista y narrador es un competente calculador objeto de una brutal operación para utilizar su cerebro como codificador de claves secretas con las que proteger sistemas informáticos. El culpable de tal manipulación es un anciano sabio, chiflado y sin escrúpulos que ha pertenecido a una poderosa organización llamada Sistema, supuestamente los "buenos" de la película a la que se oponen los "semióticos" de la Factoría, que son, con todo, mucho menos malvados que los "tinieblos" que viven en los túneles del metro. Ese será el decorado sombrío por el que huyen durante páginas y páginas el calculador y la nieta del sabio tronado, en un remedo a oscuras de las aventuras de Indiana Jones, que tan de moda estaba después del éxito de Raiders of the Lost Ark cuando Murakami escribe la novela.

Aunque los capítulos de las dos líneas que la componen se alternan, en realidad una de ellas, concretamente la historia de El fin del mundo comienza donde termina la distopía cyberpunk de Un despiadado país de las maravillas. Y aquí, aquel personaje atormentado, que no quisiera abandonar el terrible país de las maravillas donde vivía por la triste suerte a que le ha condenado la manipulación de su cerebro y la lucha entre mafias por hacerse con su secreto, se transforma en un melancólico y resignado habitante de un finisterre reducido al espacio entremurallas de una ciudad en la que los habitantes son separados de su sombra, y cuando éstas mueren, pierden su corazón, sus egos y todas sus ambiciones para instalarse en un limbo cercano a la paz de los cementerios del que el protagonista no quiere ya salir.