Image: Egosurfing

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Novela

Egosurfing

Llucia Ramis

16 julio, 2010 02:00

Llucia Ramis. Foto: Bernardo Díaz

Trad. de Albert Vitó i Gomina. Destino. 318 pp, 20 euros


Cuando esta novela de Llucia Ramis (Palma de Mallorca, 1977) camina hacia su final, la narradora hace balance de sus "aventuras", que, poco más o menos, resumen los contenidos de la historia narrada: "Tengo una nueva amiga periodista que parece un poco loca [...] He conocido a una editora rara que lleva unas RayBan gigantescas, y un productor muy rico [...] que tiene como esposa a una muñeca de silicona. Me acusan de haber dejado KO a un tío con una bolsa de basura que cayó por la ventana de un piso en el que no vivo desde hace trece años, y este tío, pendiente de juicio por haber maltratado a su ex, me acosa por e-mail. Además, de vez en cuando llaman a mi portero automático. No dicen nada. También me espían desde la webcam y no sé quién puede ser" (pág. 259). Esta enumeración refleja con bastante fidelidad lo que es Egosurfing, obra ganadora del premio Josep Pla 2010: una suma de anécdotas pintorescas y poco más.

Pero un personaje adornado con atributos pintorescos no es forzosamente un personaje original, ni menos aún profundo. La capacidad narrativa de la autora brilla a ráfagas en algunos pasajes, como el referido a la relación entre Rut y el cantautor -que contiene acaso uno de los pocos atisbos de hondura psicológica que alcanza la novela-, y el memorable capítulo titulado "Abim", desarrollado en torno a una emotiva historia contada con originalidad que toca el asunto de la inmigración clandestina y, a diferencia de otros, enlaza, además, hábilmente con el cuerpo de la novela. La destreza narrativa, el relato paralelo de lo sucedido y lo que pudo suceder, dan en estas páginas la medida de las posibilidades creativas de la autora. Pero no todo es así. Hay capítulos que no tienen relación alguna con el conjunto y parecen incluidos por puro capricho, de modo que podrían desaparecer sin que el resto de la obra se resintiera en absoluto. Suelen estar constituidos por esbozos de personajes que sólo asoman fugazmente (los titulados "Robert" o "Boris"), alargan sin más un chiste añejo ("Frida") o toman como pretexto anécdotas de programas de la televisión ("Kate"), en algún caso con transparentes alusiones a personajes creados y explotados por la llamada "cultura televisiva" -valga el flagrante oxímoron-, que destila con demasía sobre la novela y la contagia de trivialidad. Los motivos temáticos que se plantean podrían haber llevado a una construcción novelesca interesante acerca de las redes sociales, de la esclavitud o la libertad de la conciencia individual, del horizonte de ilusiones gris y anodino que preside las vidas de muchos jóvenes. Asuntos como éstos laten en el fondo de la novela como embriones, como posibilidades que no llegan a concretarse porque el exceso de digresiones, la construcción un tanto errática -labrada como a golpes, con personajes que entran y salen de la acción porque sí- y la atención desmedida a lo anecdótico y superficial impiden que los problemas apuntados alcen el vuelo. Tómese como ejemplo la escena solipsista del capítulo titulado "Yo", que podía haber sido otra cosa de no haberse quedado en el estrato de la más rutinaria narración erótica de quiosco.

De la traducción poco cabe decir, salvo señalar algunos descuidos que ignoro si proceden del original, pero que eran evitables, como algunas repeticiones ("mientras buscaba una complicidad aparentemente espontánea y poco buscada", p. 75; "y en cierto modo, es cierto", p. 139), algún catalanismo escurridizo ("los neumáticos van caros", p. 162; "una camiseta que me va grande", p. 303) y ciertas construcciones mejorables ("jugaban a billar", p. 124; "juegan con él a fútbol", p. 223; "jugar a baloncesto", p. 242), además del uso persistente del "en" anglómano que hace estragos por doquier: "en dos semanas tiene el juicio" (p. 107), "en tres semanas tiene que viajar a España" (p. 127), "tiene el juicio en dos semanas" (p. 168), "en un rato se pondrá el sol" (p. 250).