Novela

Mujeres que dicen adiós con la mano

Diego Doncel

3 septiembre, 2010 02:00

DVD. 2010. 208 pp., 14 e.


Las consecuencias del atentado perpetrado el 11 de marzo de 2004 en Madrid, con el inevitable recuerdo del anterior contra las Torres Gemelas el 11 de septiembre de 2001, ha dado lugar a algunas novelas de interés en la literatura española actual. Entre las más significativas cabe recordar La piedra en el corazón (2006), de Luis Mateo Díez, El corrector (2009), de Menéndez Salmón, y El mapa de la vida (2009), de García Ortega. A esta misma tragedia colectiva se acerca también Diego Doncel (Malpartida, Cáceres, 1964) en su segunda novela, Mujeres que dicen adiós con la mano, que bien se merece una positiva recepción crítica por la complejidad formal de su pudorosa indagación en las secuelas de tan atroces acontecimientos que han cambiado la historia en el siglo XXI y nuestro cotidiano vivir.

La novela está estructurada en dos partes, precedidas de un "Preludio" neoyorquino en el verano de 2004 y seguidas de una breve "Nota aclaratoria" final con algunas reflexiones del autor acerca de la realidad inventada en su relato. Las dos partes centrales ocupan casi todo el texto de la novela. En ellas se desarrollan sendas historias ambientadas en el otoño de 2005, una en París y otra en Madrid, las cuales bien podrían ser dos variaciones de la misma historia. Porque en "Gente nerviosa (París, otoño de 2005)" una mujer que lleva una existencia solitaria en los suburbios periféricos, habitados por inmigrantes africanos, magrebíes y senegaleses en su mayoría, narra en primera persona su experiencia de los disturbios provocados por los jóvenes excluidos del sistema social francés. Vera es la narradora de esta primera parte. En su relato se integran su experiencia individual de soledad y el desarraigo social en medio de tanta violencia.

En "La estación abandonada (Madrid, otoño de 2005)" se narra una historia complementaria de tragedia y soledad. Su narradora se presenta con toda su incertidumbre: "Me llamo Teresa (aunque no podría jurar que ese sea mi verdadero nombre)". Porque arrastra su locura malviviendo en una casa paredaña con la estación de Atocha, donde perdió a su marido y a su hija en el atentado terrorista. Para superar el dolor se fue a Nueva York, donde también sufrió la herida de los recuerdos del 11S. Con ello descubrimos la función del citado "Preludio". Allí conoció a una amiga francesa que había abandonado a sus hijas. En esto radica el nexo principal de la segunda parte con la primera. Ahora Teresa sobrelleva su fracaso de madre y su imposible deseo de seguir siéndolo raptando a niños a los que después abandona. Y su final es igualmente trágico.

Se trata, pues, de dos historias que componen la misma, ya en el desarraigo y el miedo producidos por la violencia en la banlieue parisina, ya en la angustia de una madre que se siente "ese menos que nada que los terroristas han hecho de mí" (p. 193), o, como se destaca en el antetexto y se repite después, "los restos de la madre que fui" (pp. 11 y 135).