El tiempo mientras tanto
Carmen Amoraga
24 diciembre, 2010 01:00Carmen Amoraga. Foto: Toni Garriga
Desde que ganara el premio Ateneo Joven de Sevilla con su primera novela, Para que nada se pierda (1997), la trayectoria narrativa de Carmen Amoraga (Picanya, Valencia, 1969) ha ido desarrollándose por sus pasos contados, reconocida por premios literarios de relieve, como el de la Crítica Valenciana por La larga noche (2003), y su condición de finalista del Nadal con Algo tan parecido al amor (2007), situación que ahora se repite en el Planeta con su quinta novela, El tiempo mientras tanto, título confeccionado a partir de unos versos de Benedetti reproducidos como segundo antetexto.Ésta es la mejor novela de la autora valenciana, tanto por su análisis de unas relaciones conflictivas en el ámbito de la pareja, la amistad y la familia como por su complejidad formal en la fragmentación de varias historias que componen una misma historia y en el tratamiento temporal de su narración en subjetivo desorden cronológico mediante analepsis y prolepsis destinadas, respectivamente, a la recreación de episodios del pasado y a la anticipación de otros que ocurrirán más adelante. Por ello es también una novela de narrador, pues la historia relatada parte de la situación de coma en que se encuentra la protagonista en un hospital como consecuencia de un accidente de tráfico; y a partir de esta dramática situación inicial, el narrador omnisciente va dando cuenta de las vidas de quienes visitan a María José, contando sus relaciones presentes y reconstruyendo su pasado.
Salvo en algunos diálogos, la voz es la del narrador, que por doquier exhibe sus poderes omnímodos para descubrir el pensamiento de los personajes principales, comentar lo que está contando, así como aportar informaciones del pasado y adelantar otras del futuro. De modo que actúa en el relato con una omnisciencia múltiple y selectiva que le permite adoptar en su voz la visión de los personajes más cercanos a la moribunda, que son sus padres, su mejor amiga, su ex marido, la cubana que la cuida por las noches, un antiguo novio de su madre y un joven senegalés también inmovilizado por una caída en la calle.
Esta labilidad de la trama, con su ir y venir del presente al pasado en la recreación de diferentes episodios y relaciones entre los personajes, potenciada por la elipsis, la asociación subjetiva de ideas y situaciones y por la concatenación de las secuencias en que se dividen las partes de la novela, permite desarrollar con naturalidad una historia común compuesta por múltiples anécdotas y relaciones personales que van creciendo a medida que avanza la narración. Y así se va completando un tejido de vidas, con sus ilusiones, amarguras y fracasos que componen un mosaico de frustraciones y soledades. He aquí, pues, una novela hecha del barro de la vida, en la cual, si hacemos gracia de algunos párrafos de relleno, artificiosamente alargados por series anafóricas o por informaciones triviales (pp. 178-179), se abordan situaciones y problemas llenos de verdad en la complicada tarea cotidiana de empujar la vida.