Image: Mae West y yo

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Novela

Mae West y yo

Eduardo Mendicutti

10 junio, 2011 02:00

Eduardo Mendicutti. Foto: José Ayma

Tusquets. Barcelona, 2011. 264 páginas, 18 euros


Entre las citas iniciales que preceden a la lectura de este nuevo libro de Eduardo Mendicutti (Sanlúcar de Barrameda, 1948), escritor a quien basta con presentar como autor de una legión de títulos seguidos por, a su vez, una legión de lectores, hay una de Joyce que le tiende un abrazo poético hasta alcanzar lo no escrito. Dice: "la única pregunta que importa acerca de un libro es a qué profundidad en el alma de quien escribe se ha originado". Pues bien: poco sabemos de los motivos que hicieron que Mae West y yo acabara por no ser la novela trascendental, apuradora de sentidos y significados, que corresponde al momento del escritor que nunca ha dejado de subordinar sus compromisos a sus escritos, sino un libro que, con las armas de un oficio más que consolidado, la ironía distanciadora y el humor burlando esos motivos que quizá están detrás de lo que no dice este libro, lo conducen a que acabe siendo este otro: un relato que lanza un guiño de complicidad a la vida y le ofrece al lector la oportunidad de sonreír.

¿Razones? Pertenecen al alma de quien escribe, y se asoman a través de los gestos autobiográficos que respaldan la verosimilitud de una historia sin grandes pretensiones. El plano argumental es sencillo: Felipe Bonasera, diplomático de 62 años, viaja desde Madrid a Village & Resort, una urbanización de lujo en Sanlúcar de Barrameda, con idea de pasar allí tres semanas del mes de julio en el chalé de un primo suyo. Llega allí sin otro objetivo que distraer el miedo que le ha infundido "un mal diagnóstico" médico. En Madrid dejó su mayor afición, la de ventrílocuo, que él vive como un escape al lenguaje convencional para expresarse libremente a través de los personajes encarnados por sus muñecas: Marlene Dietrich, Mae West y Marilyn Monroe: tres grandes del cine. Porque esa es su pasión y es la que hace del relato un delicioso recorrido por innumerables referencias a los clásicos del cine de los años 50.

A este refugio pretendía ir solo, pero se sumó a última hora una voz suplantadora de la de Mae West, "deslenguada y ordinaria", insistente y pertinaz en sus intervenciones, tejedora de una verborrea trenzada sobre el más puro estilo directo alternando con el indirecto. Así, uno y otra, o a la inversa, porque ella siempre está dispuesta a decir la última palabra, animan la estructura del relato alternando sus intervenciones en una composición a dos voces, dos registros y dos puntos de vista que no escatiman sarcasmos y alusiones a la sociedad, el fútbol y la economía del momento. A ellas se suman las que componen la realidad de ese lugar: la señora de la limpieza, los personajes de la urbanización.... El caso es que para llenar el tiempo y espantar fantasmas el protagonista se sitúa, como James Stewart en La ventana indiscreta (aunque en lugar de soportar escayola en una pierna lo suyo son "sofocos y sudores", efectos secundarios de su tratamiento) frente a la casa de una vecina cuyo marido, un conocido financiero, lleva dos meses desaparecido. El asunto atrapa su curiosidad e impregna de intriga el curso de los días con lo que parece ser un caso enrevesado. Eso suma interés a una trama liviana en la que lo más sugerente surge cuando se acerca el final de su estancia allí. Cuando reconoce que la enfermedad está cambiando su mirada sobre los recuerdos, sobre sus afectos y sobre la proyección de sus emociones. Cuando asiente ante la necesidad de burlar el miedo inventando la vida de otros, o refugiándose en el diálogo secreto y burlón con esa descarada "sexy y con ganas de vivir". "Mae Wes", incisiva, incorregible: es su "próstata". Una broma que se gasta a sí mismo. Que invita a la risa y a la distracción. Un digno guiño a la vida.