Image: Azulejo (un niño en la gran tormenta)

Image: Azulejo (un niño en la gran tormenta)

Novela

Azulejo (un niño en la gran tormenta)

Francisco Fernández-Santos

15 junio, 2012 02:00

Francisco Fernández-Santos. Foto: Charo Fierro

Huerga & Fierro. Madrid, 2012. 225 páginas, 16 euros

Francisco Fernández-Santos (Los Cerralbos -Toledo-, 1928) ostenta una dilatada trayectoria como ensayista e impulsor y colaborador de revistas culturales tan importantes como Índice de Artes y Letras, Cuadernos del Ruedo Ibérico o El Correo de la UNESCO. Su obra narrativa, en cambio, es más reducida y también menos conocida, aunque comprende dos excelentes libros de relatos. Este volumen que ahora ve la luz recoge algunos lances del niño llamado Azulejo, debido al color de sus ojos, en un pueblo toledano durante los años de la guerra civil -aquí calificada reiteradamente de "incivil"- y de la primera posguerra.

Las coincidencias entre las circunstancias del personaje y las del autor que lo evoca son tan patentes que el lector puede sentir la tentación de leer esta obra como un libro de memorias, un relato de los años infantiles del autor en los tiempos más oscuros que sufrió nuestro país en el siglo XX. Y claro está que el trasfondo histórico existe, aunque se trate más bien de lo que Unamuno denominaba intrahistoria. Pero, en primer lugar, no se ha pretendido hilvanar cronológicamente unos hechos, sino componer escenas, estampas aisladas, que el narrador denomina reiteradamente (pp. 156, 173, 199, 210) "episodios personales", es decir, evocaciones íntimas, muy diferentes del gran fresco colectivo de los episodios galdosianos.

Por otra parte, el propio autor advierte acerca de la naturaleza engañosa de la memoria, que selecciona una parte de la realidad, a sabiendas de que el yo personal que evoca es "otro yo que no se deja descubrir sino con un esfuerzo de memoria pero, sobre todo, de imaginación, la misma imaginación a la que recurre el narrador para hacer vivir a sus inexistentes personajes", puesto que "el territorio que se trata de descubrir es un ámbito muy fragmentado y difuso en el que la memoria" ha de poner unos hitos orientadores y limitantes, y es la imaginación [...] la que completa las muy frecuentes zonas ignotas" (p. 13). Historia vivida, pues -y testimonio personal de una época durísima-, pero también recreación literaria de sensaciones y recuerdos que configuran la formación sentimental de un niño camino de la adolescencia.

Por eso algunos episodios tienen relación directa con las circunstancias bélicas de esos años -la llegada del general Yagüe, la amistad de Azulejo con el soldado alemán de la legión Cóndor, el grotesco intento del jefe local de Falange de encerrar a los dos niños en el calabozo por "desafectos" o la emotiva historia de Baracalofi-, pero otros evocan juegos, travesuras infantiles, sabores y paisajes profundamente arraigados en la memoria, rememorados con la precisión y la exactitud de los recuerdos indelebles (la gran encina, la visita al cuadro del Greco en Toledo, las expediciones nocturnas para hurtar fruta de huertos ajenos).

Todo esto posee entidad suficiente por sí mismo, aunque el autor haya creído necesario anteponer un prólogo, casi todo él en forma dialogada, entre el yo autorial y el yo evocado que subraya la distancia temporal entre ambos y justifica que uno pueda ver al otro como alguien ajeno e incluso extraño. Lo cierto es que no resultaba imprescindible esta introducción, en la que el autor se deja llevar por su tendencia al ensayismo y a la teorización, adaptando, además, la idea unamuniana de las relaciones paternofiliales, desarrollada por el Rector de Salamanca en muchas páginas de Cómo se hace una novela o en el relato La novela de don Sandalio, jugador de ajedrez, entre otros lugares. Pero no es cosa de cuestionar la aparición de estos ribetes teóricos -siempre agudos-, separados, además, del cuerpo de una obra cuyo interés radica en otras razones.