![Image: El hogar infinito](https://s1.elespanol.com/2015/03/17/el-cultural/el_cultural_18759307_219392975_1024x576.jpg)
Image: El hogar infinito
El hogar infinito
Álvaro Gutiérrez
25 enero, 2013 01:00Álvaro Gutiérrez
Este narrador convive o mantiene encuentros ocasionales con otros sujetos que han elegido también vivir en la calle o se han visto forzados a ello, como el Ruso -que es en realidad un polaco inmigrado, notable músico de jazz-, el Blablá, el Marqués, la Lagartija, Miro, el Sweet, el Piojo, el antiguo militar, personajes con historias desdichadas -que incluyen familias rotas, alcoholismo, perturbaciones mentales- a los que la calle «había podrido por dentro» (p. 97), casi todos ellos delineados con eficacia. Como fondo se insinúan sin veladuras distintos motivos que a veces acompañan la vida de la calle: el hambre, el frío, la prostitución infantil, cierto acoso por parte de las autoridades, a raíz de las protestas de vecinos impacientes, las sádicas agresiones que sufren algunos indigentes a manos de grupos violentos y brutales de jóvenes, los brotes de solidaridad surgidos en medio de la desgracia.
El narrador cuenta, por lo general, sin circunloquios, en un relato escueto y directo que deja algunas frases a medias -como en el habla coloquial-, cortadas por puntos suspensivos, renunciando a detalles que el lector podrá completar. Su relativa ilustración -como la del Marqués- explica sus comentarios acerca de algunas obras de teatro (de Beckett, de Arrabal) a las que asiste agazapado en la parte alta del edificio. A pesar de todo, acaso hubiera convenido podar algunas expresiones demasiado cultas de su discurso, cuando el autor se impone al personaje y lo desplaza: "Las salas de espera me resultan entes vacíos […] Cuán distinto a aquello" (p. 138). Y hay algunas contradicciones. Si el personaje dice "encima mío" (p. 256) no parece congruente que, unas líneas más adelante, diga que su agresor "retoma las patadas" (por ‘reanuda, repite'). Y parece excesivo que el Ruso, con su español recién aprendido, sea capaz de afirmar, por mucha que sea su capacidad para asimilar idiomas, que el olfato es el sentido "de la curiosidad, la perspicacia, la indagación. Si se me apura, hasta el del fisgoneo" (p. 53). O que la vieja adivina hable de "indagar en el devenir de mi propia existencia" (p. 232). Estos pequeños lunares no reducen, sin embargo, el interés de El hogar infinito, primera botadura de un navío que debería garantizar futuras navegaciones.