Image: Donde dejé mi alma

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Novela

Donde dejé mi alma

Jerôme Ferrari

17 mayo, 2013 02:00

Jerome Ferrari. Foto: Gallimard

Traducción de Sara Martín. Demipage. Madrid, 2013. 185 páginas, 18 euros


Los pronosticadores del fin de la literatura, de la buena novela, desestiman los fértiles caminos que la narración abre cada día. Sobrevaloran la atención prestada a los mercaderes del entretenimiento e infravaloran a los descubridores de nuevos recorridos narrativos. Jérôme Ferrari (París, 1968) es un auténtico pionero. Creador de originales textos donde explora recovecos desconocidos del alma humana, es decir, de la conciencia. Los premios Goncourt vienen galardonando desde 2006 a escritores innovadores, como Jonathan Littell por Las Benévolas o Alexis Jenni por El arte francés de la guerra (2011), o al propio Ferrari en 2012 por El sermón sobre la caída de Roma.

Los tres ejemplifican la riqueza novelística creada por un grupo de jóvenes escritores apasionados con la realidad de nuestro tiempo. Sus ficciones exhiben un profundo desencanto con la civilización francesa del XX y con la deriva del mundo en general, ofreciendo, sin embargo, un buceo en preguntas éticas de gran calado, en cómo el hombre se comporta en la vida. El ser humano se ve confrontado en las mencionadas novelas con situaciones extremas, cuando el instinto de sobrevivencia supera al de actuar con un comportamiento virtuoso, y entonces surge una verdad casi inaceptable por el hombre.

Esta novela del 2010, Donde dejé mi alma, historia la vida de un puñado de hombres, dos en especial, el capitán André Degorce y el teniente Horace Andreani. Su narración alterna el contar los hechos desde una perspectiva objetiva y los pensamientos de Andreani, que no deja de observar, de comentar, la conducta de su superior, el capitán Degorce. Se trata, en principio, de una novela sobre la tortura, la infligida por los franceses en Argelia a los nativos que exigieron la independencia (1954- 1962). Degorce llega a Argel con una biografía cargada de sufrimiento, pues a los diecinueve años fue internado durante diez meses en Buchenwald, luego ya militar luchó en Indochina, donde aprendió que los seres humanos resultan los peores enemigos de sus semejantes. Este militar curtido por la crueldad se enfrentará al capturado jefe de los rebeldes argelinos, Tahar, y entonces descubre que la tortura resulta inepta, inútil, ante un hombre con una enorme personalidad y probada valentía, que ha sacrificado su vida luchando por la independencia de su país. Entonces la crueldad remite. No porque Degorce descubra las maldades del colonialismo, pues el punto de la obra es que una conciencia, encallecida por la continua lucha en las sombras, en Indochina y en Argelia, se rompe al observar la tortura, y desde entonces le resultará difícil vivir, comunicarse con su familia.

La tortura que se ha filtrado en la cultura popular, como en la trilogía Millenium (2005-2006) de Stieg Larsson o en la excelente serie de televisión norteamericana Homeland (2011-2013), sirve de llave para penetrar en los secretos del hombre, evidenciando el declive de una era, la época moderna, donde convivieron la defensa de las normas sociales tradicionales, la defensa de la patria en el caso de Donde dejé mi alma, con el cuestionamiento de las mismas. La tortura resulta inaceptable porque desnuda de dignidad tanto al torturador como al torturado, y evidencia la necesidad de diseñar un cuadro ético para el hombre que le ayude a superar las dificultades del presente. Degorce es una víctima como tantos soldados que lucharon en misiones en el extranjero, víctima de la aplicación de las reglas de la guerra, porque los legisladores no contaron con el daño infringido por ellas en los suyos.

Jerome Ferrari escribe con un estilo peculiar, de frases llenas de sentido, casi está uno tentado a decir a lo Proust, aunque el mismo autor ha dicho que jamás leyó a su compatriota. Y cierro citando el comienzo de la novela, con las palabras del teniente Andreati sobre Degorce: "Me acuerdo de usted, mon capitaine, lo recuerdo muy bien, y puedo ver de nuevo con claridad la noche de desazón y de abandono que ensombreció sus ojos al anunciarle que se había colgado". Para saber la fuerza que oculta este principio hay que leer la novela completa, un testimonio fehaciente de la vitalidad del género narrativo.