Image: Rojo perla

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Novela

Rojo perla

Jesús Pardo

16 mayo, 2014 02:00

Jesús Pardo. Antonio Heredia

El Desvelo. Cantabria, 2014. 347 páginas. 18'90 euros

Con numerosos ingredientes memorialísticos, procedentes de su dilatada experiencia periodística en diferentes países, Jesús Pardo (Torrelavega -Cantabria-, 1927) ha ido construyendo una obra en la que destacan, por encima de todo, su acusado perfil satírico y su libérrimo uso del lenguaje en la creación de insólitos neologismos, casi siempre acordes con las tendencias del idioma (aquí, por ejemplo, voces como "ensudariada", "endelantalada", "galdobarojianamente desvencijado", o frases como "planchotearse pantalones y corcusirse rasgones"), junto al gusto por las derivaciones cultas ("nigérrimo" por ‘muy negro') que no rehúyen su combinación con voces populares ("cutrérrimo").

Pardo es un escritor esforzado, atento a las posibilidades del lenguaje -algo que, por otra parte, cabría esperar de cualquier escritor de verdad-, que convierte sus narraciones, en buena medida, en ajustes de cuentas. En Rojo perla se narra parcialmente la historia de Alberto Mediavilla Quincoces, educado en las más estrictas ideas del catolicismo de la posguerra, vapuleado y humillado por distintas mujeres con las que intenta relacionarse y por los jefes de la agencia periodística Newsworld, cuyos vitriólicos retratos recuerdan los de otros periodistas que desfilaban por la embajada española en Londres en la novela anterior de Pardo, Bajas esferas, altos fondos (2005), y que ahora, como en aquella obra, invitan a su identificación con seres reales, lo que algunos lectores conseguirán probablemente sin demasiadas dificultades. El friso de personajes -mujeres desalmadas, periodistas mediocres, ambiciosos y obedientes al poder, equipados con documentos comprometedores con que chantajear a ciertos políticos en caso de apuro- apenas tiene contrapeso en tipos de espíritu más noble y desinteresado, como la dueña de la pensión jiennense o Argimiro Romeiro, que pasan por el relato como sombras de carácter secundario.

Un inesperado cambio de fortuna proporciona a Mediavilla los medios para hacer, con estricto paralelismo, lo mismo que el autor con sus personajes de ésta y otras novelas: ajustar cuentas, colocarlos en su sitio, proporcionarles el destino -en algunos casos trágico- que, según Mediavilla, merecían por sus actos. El personaje se convierte en un dios que, como había hecho Dante al construir su Divina Comedia, trata de restaurar la justicia en un mundo injusto, donde los perversos son gratificados y los buenos ignorados o repelidos. Más que de venganzas personales -o también de agradecido tributo a algunas buenas gentes-, se trata de mostrar cómo el poder, a distancia y debidamente encauzado, permite rectificar, incluso con refinada violencia, las injusticias, las faltas de equidad y los comportamientos erróneos de los seres humanos. Acaso la tercera parte, que contiene el desenlace de las historias que han ido jalonando la vida de Mediavilla, sea en algunos momentos algo precipitada, en contraste con la minuciosidad de detalles con que se enriquece lo que podríamos denominar su etapa de aprendizaje, que es donde se forja su visión negativa del mundo y la sociedad y, sin duda, lo que más ha interesado describir al autor. El suceso de la herencia descomunal que da un giro a la vida de Mediavilla es uno de esos elementos que hay que aceptar como parte del pacto que a menudo se establece entre autor y lector y que obliga a dejar a un lado consideraciones acerca de la verosimilitud de la historia.

En conjunto, Rojo perla es, pese a ciertos desequilibrios constructivos, una novela interesante, bien escrita -no siempre puede afirmarse lo mismo- y atractiva para quienes deseen conocer los difíciles años de formación de un joven español, perseguido por las necesidades económicas y encorsetado por una tradición rígida y represora, en el agobiante marco de mediados del siglo pasado.