Image: La oscuridad

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Novela

La oscuridad

Ignacio Ferrando

12 diciembre, 2014 01:00

Menoscuarto. Palencia, 2014. 307 páginas, 17'90 euros

Tres libros de cuentos han configurado el mundo literario de Ignacio Ferrando (Trubia -Asturias-, 1972), que resulta, por cierto, insólito en el panorama literario español, por su afición a las historias con elementos fantásticos -pero con un diseño preciso de los lugares-, personalidades equívocas, juegos oníricos, vidas suplantadas o soñadas. La oscuridad recoge esos motivos, los amplía y los hace cristalizar en una novela que, por su extensión y complejidad, es obra de mayor empeño que las anteriores.

Situada en una brumosa y fría ciudad del norte de Noruega, La oscuridad comienza abruptamente: un cineasta de poca fortuna, Endre Solberg, ha perdido a su mujer, la actriz Liv, en extrañas circunstancias, y al volver del velatorio la encuentra tranquilamente sentada en el salón de su casa. Como durante el velatorio se ha cerciorado de que la difunta era, en efecto, Liv, el lector siente que se halla ante el comienzo de un relato fantástico. Pero poco a poco comienzan a surgir dudas que nos introducen más bien en el género narrativo de la intriga y el misterio. La naturalidad con que la mujer se comporta, su identidad física con la fallecida, su promesa de atender a Solberg durante varias horas al día hacen pensar en alguien -acaso otra actriz- que, aprovechándose de las circunstancias, ha usurpado la personalidad de Liv y tiene, en realidad, una vida distinta. El hecho de que los demás no vean al personaje lleva al viudo a pensar en fantasmas, y somete a la mujer -¿real, soñada?- a estrecha vigilancia.

A partir de aquí, las cosas se complican y la novela también. Se introduce un nuevo motivo literario, también característico del autor: la fusión de personalidades distintas, con la aparición de la que se diría la "otra" familia de la actriz muerta, y Solberg inicia un tenaz proceso de transferencia con sus miembros, en un intento de identificación que tiende a compensar y rehacer la vida que él mismo no tuvo. Este tercer bloque de motivos es ya un tanto errático y el relato pierde frescura e interés. Lo que parecía lógico era pasar de la novela fantástica a la metafórica, que tendría que encadenar los sucesos de la historia como representación de la vida pasada y de la convivencia entre Solberg y Liv que ahora, cuando ya no es posible, trata el cineasta de restaurar y reconstruir evitando errores y escollos que la hicieron poco grata.

A estas vidas -la recordada y la imaginada- se añade lo que de ellas va poniendo Solberg en el guión de la película que prepara, hecho con retazos de su propia experiencia que en algunos casos se parecen tanto a los hechos vividos como a los soñados, de tal modo que "lo que yo invento sólo es una estrategia emocional defensiva contra el dolor por la muerte de mi mujer" (p. 231). Esta tercera parte carece de la claridad suficiente, apunta caminos diferentes y produce la impresión de que la historia no debió alargarse tanto. Lástima, porque el autor escribe bien, es capaz de proporcionar acertadísimas pinceladas del paisaje y tiene pocos usos objetables, como el uso de "climatología" por ‘clima' o la afirmación de que "Gitte, la hija ciega de Borchgrevink, mira la superficie […] del lago" (p. 238).