Image: Helena o el mar del verano. Memoria de sol

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Novela

Helena o el mar del verano. Memoria de sol

30 julio, 2015 02:00

Detalle del cuadro Nocturno La Concha, del asturiano Darío de Regoyos y Valdés

En esta obra breve, la única novela del diplomático y dramaturgo Julián Ayesta, se evoca el primer amor en el marco paradisíaco de la costa asturiana. Monólogo sentimental escrito en estado de gracia, el libro abarca dos veranos en los que se canta a la dicha de las cosas sencillas con la óptica irrecuperable de la niñez perdida.

Hay otros veranos y otras latitudes. Otras playas donde el calor criminal que abate hoy a tres cuartos de España es casi un ente desconocido; allá el frescor invita a otros pensamientos y otras poéticas. Cada geografía engendra un verano diferente, y hay un verano o unos veranos que marcan indeleblemente el porvenir.

Está el verano del Norte, donde los baños son de un sol reparador y la luz en agosto tiene una calidad más sublime y calma, como si más allá de la tonalidad cruel del Mediterráneo y de su órbita crecieran otras historias estivales, diferentes en tono y alma a las que hasta ahora hemos abordado en esta sección.

Evocar el verano es evocar todos los veranos de la memoria, los que acaban por confundirse en una alucinación de espumas.

En el verano de Julián Ayesta (Gijón, 1919-1996) se enseñorean las mareas del Cantábrico. En el horizonte fresco de las playas gijonesas asoma la promesa de una galerna después de una mañana que fue espléndida, familiar y con tortilla. En Helena o el mar del verano, el autor se deja inspirar por el verde de un prado al filo de un acantilado, lamido por la inmensidad oceánica. Su prosa delinea las casetas de baño de una playa que quizá sea la de San Lorenzo; su escritura añora la fascinación del fogonazo de un faro en el roquedal, o los primeros autos que renqueaban en las cuestas, de vuelta de un día de playa. Todo edénico y sugestivo para enmarcar, casi en un ensueño, el primer enamoramiento.

Principia el libro con unos versos escogidos de la Égloga I de Garcilaso ("Por ti la verde hierba, el blanco lirio y colorada rosa y dulce primavera deseaba") y otros, definitorios, del Aleixandre de Sombra del Paraíso ("Pero lejos están los remotos días / en que el amor se confundía con la pujanza de la naturaleza radiante / y en que un mediodía feliz y poderoso / henchía un pecho, con un mundo a sus plantas"). El autor nos anuncia, pues, que el libro gira en torno a un frescor remoto de unos día pretéritos y felices. Helena o el mar del verano canta al Gijón de los merenderos y los chigres, al chapuzón en el Cantábrico, al "baño por la tarde, cuando el sol bajaba y estaba grande y cada vez más encarnado, y el mar estaba primero verde y luego verde más oscuro, y luego azul, y luego añil, y luego casi negro".

En Helena o el mar del verano discurre un estío con primos, tíos y sidra; son las vacaciones inocentes de una chavalería burguesa en una casa cerca de la orilla, la casa de "la tía Honorina". Su prosa es envolvente y martillea como un mantra en las primeras páginas. Cada pocas palabras la conjunción copulativa/poética "y" florece reiterada, dando a entender que la remembranza de un verano, de ese verano, está tejida por estampas que se superponen en la memoria sin el condicionamiento de la estructura. A veces la ingenuidad de la infancia se contrasta con disquisiciones teológicas y metafísicas que ensombrecen el relato; pero son simples recursos de Julián Ayesta para contraponer la sencilla felicidad de un verano a la oscuridad del Hombre.

Quizá el mundo sea un caos, un vacío de dicha que sólo adquiere sentido en esos días veraniegos, con sol, que en las costas del Norte son un trasunto del Paraíso. Hijo de una época y un modo de entender la literatura (la novela se publica en 1952), Ayesta recreaba un pasado personal en el que todo era ordenado y bello. Y siempre con Helena.

Helena o el mar del verano fue la única novela de su autor, que sería embajador de España en Yugoslavia. Hombre de buen tono en la dramaturgia (es autor de diversas obras), entendió que con Helena o el mar del verano quedaba satisfecho y cumplimentado ese anhelo de vaciarse en un libro, en una pequeña joya que aquí se ventea cada cuanto.

La novela destila una inocencia sensual, candorosa, en sintonía con un paisaje astur que adquiere en el libro una presencia decisiva. Tres capítulos divididos casi en postales conforman la obrita: "En verano", "En invierno" y "En verano otra vez"; por éstos entendemos la obsesión del autor en volver la vista al estío y a su Helena y al primer encuentro táctil: "Helena se sentó a mi lado y le cogí la mano por debajo de la mesa. No la quité y empezó a sonreírse. Yo estaba feliz, feliz hasta estallar de gozo". Claro que hay un invierno en Ayesta y en su Helena, pero esta huida del paraíso veraniego se despacha rápido con un monólogo interior que, pese a todo, nos resulta cargante, lleno de resabios escolásticos; es un invierno en un colegio de curas, bajo "la alegría de Dios" y en esa "gran soledad como un enorme vacío amargo que se acercaba, que venía creciendo, haciéndose cada vez más cóncava, y nos íbamos sumiendo en ella como en la muerte".

Y el primer amor, quizá el definitivo, surgido en el claroscuro amable de un verano en las playas asturiana, "junto a Helena, bajo aquel cielo, entre los prados verdes, los ríos y los árboles": y los ojos, en fin, llenos "de lágrimas".

Helena…

@JesusNJurado

Fragmento de Helena o el mar del verano

Volvimos despacio, andando muy juntos, muertos de plenitud, de gozo, de felicidad desconocida e insufrible, muertos de amor, locos de amor. El corazón me llenaba todo el pecho, me hinchaba todo el cuerpo de sangre caliente, me llenaba la boca de sal, llenaba el mundo de alegría rabiosa, de ardor, de colores afilados como cuchillos y a la vez blandos como las hojas de una amapola, como la miel, como la leche recién ordeñada. Temblando, con voz ronca, con una voz que no era la mía, que no sabía de dónde había salido, le dije: "Helena…, te quiero". Y Helena, serena, sin dejar de mirarme a los ojos, graves y hermosa, se fue dejando atraer, y cuando tuvimos los labios muy cerca, me dijo: "Y yo a ti más". Y yo bebí el aliento de aquellas palabras; las bebí, las respiré, no las oí.

No hablamos más. Íbamos juntos, solos, entre el silencio del crepúsculo. Íbamos solos entre el silencio del mundo. Solos entre el silencio del tiempo. Solos para siempre. Juntos y solos, andando juntos y solos entre el silencio del mundo y del mar y del mundo, andando andando. Y todo era como un gran arco y nosotros lo íbamos pasando y al otro lado estaba nuestro mundo y nuestro tiempo y nuestro sol y nuestra y luz y nuestra noche y estrellas y montes y pájaros y siempre…